En el estante, el expediente duerme,
bajo una capa sutil de rutina,
el sello, paciente, solo se yergue
para marcar lo que nadie adivina.
Seis copias idénticas, tinta ya gris,
un formulario que pide la fecha,
ahora, falta un detalle, de pronto el desliz
hace que el trámite entero se tuerza.
La firma es un rito, el horario un muro,
la ventanilla que mira al vacío,
tiempo que no corre, se vuelve futuro,
atascado en un gélido hastío.
El burócrata, guardián de la nada,
mueve la hoja de arriba hacia abajo,
una historia que nunca fue contada,
un esfuerzo que engendra el trabajo.
Y al fin, cuando llega el permiso final,
tan solo queda la pálida duda:
¿Para qué sirvió el esfuerzo fatal,
si la esencia del acto se muda?
Es la forma sin fondo, el ciclo cerrado,
el arte de hacer que el no-hacer perdure.

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