No hay aplausos cuando termina el turno, solo el ruido de los zapatos y el aire frío de la madrugada.
Ella se limpia las manos con el mismo trapo que uso para limpiar el día.
No habla mucho en el bus, mira por la ventana como si contara los kilómetros entre el cansancio y la casa.
Cuando entra, el silencio la reconoce.
Deja los zapatos en la puerta, y respira hondo. Huele a jabón, a esfuerzo a pan esperado.
Los hijos duermen, y ella los mira como quien revisa un jardín después de la lluvia.
Sabe que todo está en su lugar.
Entonces sonríe.
No es una sonrisa para los demás, es una sonrisa que nace del cuerpo entero, esa que solo conoce quien se gana el sueño con las manos.
Se acuesta.
El cansancio la cubre como una manta. Cierra los ojos un momento, y antes de que aclare el nuevo amanecer, ya está otra vez en pie, repitiendo el milagro anónimo de mantener el mundo en marcha, porque en cada gesto suyo late el pulso secreto de su vida.
Ella se reencuentra cada día a sí misma.
Siempre.
Al volver.
Rafael Blanco López
Derechos reservados
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Autor:
Luis Rafael (Seudónimo) (
Online) - Publicado: 4 de noviembre de 2025 a las 14:28
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 3
- Usuarios favoritos de este poema: Sierdi

Online)
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