Un buen día,
un niño se encuentra
con un anciano
por la calle,
y, de repente,
le hace la siguiente pregunta:
¿A dónde van los muertos?
El anciano lo mira
con calma y responde:
Al mismo sitio
donde estabas tú,
cuando aún no habías nacido
ni estabas muerto...
El niño, desconcertado,
le hace una nueva pregunta:
¿Y por qué?
El anciano,
como quien trata de responder
lo incontestable,
guarda silencio un momento,
para reflexionar.
Finalmente,
mira al niño a los ojos,
hacia lo profundo
de su propia esencia,
y le contesta:
Porque todos, sin excepción,
envejecemos el mismo
día que nacemos,
y morimos sin saber
lo que viene o no después.
Y, en esencia,
somos exactamente
iguales, sin distinción.
Porque todos estamos
destinados a un fin seguro,
generación tras generación:
a volver al mismo lugar
en el que estuvimos
antes de nacer...
Generación tras generación,
una y otra vez.
El niño, sin entender
absolutamente
nada, y sin saberlo,
comprendiendo todo a la vez.
Con una mirada profunda
al anciano,
le vuelve a preguntar:
—Entonces, ¿a dónde van
los muertos?
El anciano lo mira,
sonríe levemente,
y le responde:
Al mismo sitio donde
estabas tú,
cuando no habías nacido
ni estabas muerto.
El niño, desde aquel día,
no ha dejado de buscar
lo que sabe que es imposible
de encontrar.
Porque, a veces, ciertas
respuestas
no se hallan
en lo que se busca,
cuando se tiene
la curiosidad intacta
del niño que se lleva dentro...
Sino en el misterio
que envuelve
a ese proceso:
¡En la eterna danza
de lo que somos,
lo que fuimos
y lo que siempre seremos!
Generación tras generación,
una y otra vez...
y ahora te toca a ti,
si quieres reflexionar
sobre ello...
Sea o no,
solo sea esta vez.
-
Autor:
Jesús (Seudónimo) (
Online) - Publicado: 2 de noviembre de 2025 a las 03:05
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 1

Online)
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.