I
Yo creí, una vez, en la llama divina,
en la voz que dictaba justicia y perdón,
mas el mundo me dio su mueca asesina,
y en su risa de estiércol murió mi razón.
Creí en la virtud, en su estirpe sagrada,
en el justo que vence sin oro ni honor,
pero vi coronada la frente malvada
y la gloria posarse en brazos del traidor.
II
Vi al débil suplicar al verdugo clemencia,
y al sabio encadenado servir al bufón,
la pureza vendiendo su última decencia,
y el altar consagrado al más vil pecador.
El incienso del fraude sofocó la plegaria,
los templos fueron circo, el credo, ambición,
y el santo mercenario en su túnica varia
ungía con desprecio su propia corrupción.
III
Entonces comprendí que el cielo era una farsa,
que Dios no respondía, ni el bien tenía voz,
que el infierno ascendía con sonrisa escarlata
y el ángel, humillado, clamaba feroz.
El hombre se prosternó ante el oro y la fama,
el alma se hizo cifra, mercado y prisión,
y en el trono del mundo, con máscara y llama,
reinaba el impostor con cetro de abyección.
IV
Renegué de los cielos, del dogma, del mito,
del consuelo mendaz, del falso redentor,
me quedé con mi llaga, mi sombra y mi grito,
con mi fe mutilada, con mi propio dolor.
Hoy camino entre tumbas de dioses caídos,
mi voz es epitafio, mi credo, negación,
y en el eco sin nombre de mis sueños perdidos
resuena un apóstata sin absolución.
V
Si alguna vez amé la bondad o la vida,
fue antes de ver triunfar la abyección;
ahora soy vestigio, ruina encendida,
el cadáver errante de mi propia fe en Dios.
Y así seguiré, sin plegaria ni guía,
con el alma podrida, sin redención,
porque cuando los malos gobiernan el día,
hasta el bien se suicida de desolación.
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Autor:
El Corbán (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 1 de noviembre de 2025 a las 09:34
- Categoría: Sin clasificar
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