La tarde se estremece en un hálito sediento,
mientras el cristal llora, como piel que suspira,
cada gota es un beso, un roce lento,
que dibuja la curva que mi mente delira.
Del desierto en mis venas, la sequedad arde,
y la lluvia, al caer, se vuelve caricia urgente,
traza en el vidrio un mapa que no tarda
en evocar tu forma, tu presencia latente.
No es solo agua, es la savia del deseo,
modelando en el vaho el contorno prohibido,
el rocío que empaña mi solitario recreo,
el sudor de un goce que no fue extinguido.
Y ahí te elevas, silueta de duna y tormenta,
con la línea perfecta de un vientre que ansié,
la lluvia es el tacto, la piel que me tienta,
recordando las curvas que mi boca besó.
Arena y agua, pacto de lo imposible,
se funden en un baile, un trazo vibrante,
el boceto es la promesa de lo indecible,
el eco de tu cuerpo, tan real, tan tajante.
En cada gota que resbala, siento el pulso,
el tibio escalofrío que dejaste en mi ser,
tu espalda de papiro, tu gemido convulso,
la humedad ardiente que aún puedo oler.
Pero el cielo se abre en un frenesí salvaje,
y el chaparrón voraz mi visión disuelve,
el éxtasis del trazo, su embriagador pasaje,
se vuelve fugitivo y a la nada se devuelve.
Mas la mente es un lecho, y aún te presiento,
donde el desierto espera la siguiente procela,
tu cuerpo es la lluvia, mi alma es el lamento,
y en cada gota de lluvia, mi deseo no se cancela.
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Autor:
Leoness (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 29 de octubre de 2025 a las 10:24
- Categoría: Amor
- Lecturas: 7
- Usuarios favoritos de este poema: Sierdi, Lualpri, Antonio Pais, Mauro Enrique Lopez Z.

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