Peripecias del hada Titania (VIII)

Salva Carrion

 

 

La curación de la pata rota del lobo gruñón

 

Los inviernos en el Bosque Nevado eran prolongados, un reino de silencio gélido donde solo las suaves pisadas de algunos seres sobre la nieve anunciaban su presencia.

En la franja menos densa de aquel frío dominio, vivía un lobo blanco descomunal. Berenkario, a quien le apodaban el “Lobo Gruñón” debido a que su constante malhumor era su más fuerte signo de identidad. Era un ser hosco que dedicaba sus días a refunfuñar y a ahuyentar a cualquiera que osara traspasar sus lindes. Su vida era una muralla inexpugnable.

Una mañana de finales de invierno, Titania, el hada de la media varita y el corazón inmenso, lo encontró al pie de un abeto, algo tembloroso y mirando desconfiadamente a su entorno. Berenkario había resbalado por un terraplén helado. El resultado fue un hueso roto en una pata delantera y un gemido de dolor. Sus ojos grises, habitualmente desafiantes, reflejaban ahora una punzada de impotencia. Las demás criaturas, paralizadas por el miedo, solo lo observaban desde una distancia prudente, sabiendo que intentar ayudar al lobo era exponerse a uno de sus lastimosos zarpazos.

Titania se aproximó despacio, con la cautela de quien se acerca a una trampa. Berenkario la recibió con un gruñido hostil, enseñando unos dientes afilados y amarillentos.

—¡Lárgate, haducha! —siseó con una voz ronca de dolor que apenas moderaba su habitual insolencia—. No necesito tus torpezas. Ve a romper ramas a otro sitio.

Titania no se ofendió. Se sentó cerca y, sin decir una palabra, empezó a tararear una melodía tan antigua como el propio bosque, que narraba la firmeza de sus primeras raíces y la promesa vital de la próxima primavera. El lobo, a pesar de su malestar, dejó de tensarse para escucharla. La tonada penetraba en su ánimo como un bálsamo suave, ligero como la nieve esponjosa que caía. Titania continuó canturreando, tejiendo un manto de seda que paliaba el sufrimiento de Berenkario.

Mientras el hada serenaba el espíritu del lobo con su canto, unos pasos secos se aproximaron desde la espesura. Era el viejo leñador, el único amigo humano de Titania. Un hombre de manos gruesas y hombros anchos que conocía tanto los secretos de la madera como el arte de soldar los huesos rotos.

El hombre había oído los penosos aullidos durante la noche. Sabía que Titania era experta en sanar el alma y las contusiones leves. Pero también era consciente de que su media varita siempre fallaba con las fracturas serias, produciendo remiendos mágicos incompletos o sorprendentes desastres florales.

—¡Titania! —susurró al verla, deteniéndose donde la luz de la luna creciente traspasaba las verdes enramadas.

El hada alzó una mano sin interrumpir la melodía. Berenkario, exhausto y rendido ante la quietud de la música, se durmió por fin. Su respiración se hizo suave, reemplazando el constante quejido.

El leñador se acercó moviéndose con la agilidad silenciosa de un zorro. Traía consigo un trozo de corteza de sauce, conocida por sus efectos calmantes, y unas pequeñas ramas recias y uniformes que había cortado en previsión de curas de emergencia.

—Tus encantamientos no dan para esto, ¿verdad? —preguntó en voz baja.

Titania asintió, ahogando un pequeño sollozo de impotencia. Había intentado inmovilizar el miembro dañado con su mejor arte, y como resultado solo había conseguido hacer crecer una flor espinosa, diminuta y de un azul intenso, justo al lado de la fractura produciendo una incómoda urticaria. Parecía la marca de su célebre torpeza.

—La magia debe tener un sustento real para ser útil— reconoció el hada.

Su amigo, con la precisión de un artesano, ató las ramas a la zona herida, improvisando una férula consistente. Su tacto, a pesar de su fuerza, era sorprendentemente gentil. Titania lo ayudó, sujetando con suma delicadeza la extremidad del lobo.

Cuando el leñador terminó, se retiró tan silenciosamente como fue su llegado. Antes de marcharse, dejó un cuenco de madera con agua fresca y una infusión de hierbas sedantes.

El hada pasó el resto de la noche junto al lobo, velando su sueño y entonando cálidas melodías.

Al amanecer, Titania realizó el único toque mágico que su varita sí le permitía: una chispa sutil de energía que mitigó la molestia y aceleró la fusión del hueso. La curación física, ahora parcial, ya no dependía de un prodigio, sino de la paciencia y del natural proceso de curación.

Cuando Berenkario despertó, sintió un gran alivio. La dolencia era más leve y soportable. Miró a Titania, que le devolvió una sonrisa tranquila.

—¿Por qué me ayudaste? —preguntó el lobo, con su voz extrañamente sosegada y clara.

Titania respondió con su sabiduría:

—Tu dolor no era solo causa de tu rotura, sino también de tu orgullo de lobo autosuficiente que rechazaba ser atendido. Mientras dormías, dos formas de ayuda se unieron. Yo te calmé con mi canto y mi poder sutil. El leñador, experto en la dureza de la tierra, inmovilizó tu hueso con unas ramas secas bien anudadas. Nuestras habilidades conjuntas fueron solo la mitad del remedio, amigo Berenkario. La otra mitad, la más importante, la pusiste tú: tu propia disposición a confiar en los demás fue lo que primordialmente salvó tu pata.

A partir de aquel día, el “Lobo Gruñón” comenzó a ser una leyenda del pasado. Berenkario seguía siendo un poco hosco, y refunfuñaba en las mañanas más frías.

Nunca más gruñó al viejo leñador. A menudo, incluso, lo seguía desde la distancia cuando el hombre trabajaba, convirtiéndose en su silencioso y fiel guardián.

 

*Autores: Nelaery & Salva Carrion

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Comentarios1

  • JUSTO ALDÚ

    Qué historia más tierna y luminosa, una fábula con alma de invierno y corazón de fuego. “La curación de la pata rota del lobo gruñón” es mucho más que el relato de una herida sanada: es una metáfora sobre la humildad, la empatía y la alquimia del vínculo. Titania, con su torpe magia llena de ternura, representa la fragilidad del intento sincero; el leñador, la sabiduría terrenal que complementa lo etéreo. Y Berenkario, ese lobo recio, encarna la dureza que todos usamos como armadura ante el dolor.

    El cuento brilla por su belleza simbólica y su equilibrio entre lo humano y lo mágico. La narración fluye con la cadencia de una leyenda antigua, donde el aprendizaje no se impone, sino que se insinúa, como la nieve que cae y todo lo transforma en silencio. Es una historia sanadora, donde la verdadera magia es la confianza y el calor compartido en medio del frío.

    Saludos NELAERY Y SALVA CARRION.

    • Salva Carrion

      Justo, buenos días.
      Gracias por tu elocuente y culto comentario.
      Nos animas a Nelaery y a mí a seguir componiendo estos breves relatos de la torpe hada Titania y su gran corazón.
      Un abrazo.
      🍷🍷

      • JUSTO ALDÚ

        Adelante amigos, lo hacen bien.

        • Nelaery

          Muchas gracias por tu slentador y buen detallado conentario, Justo.
          Saludos.

          • JUSTO ALDÚ

            Saludos Nelaery.



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