A la mujer que habita en mis sueños,
con la corona de un amor silente,
y reina sobre mis más nobles empeños,
con la dulce tiranía de su frente.
A la que siembro en mi alma y en mi huella,
la que me diste, sin querer, la llave,
de una verdad que en mi centro brilla:
que amarte fue el oficio más grave
y a la vez, el que me hizo sentir vida.
No fuiste un paso, ni un capítulo,
eras el suelo firme y la constelación,
la única que, entre todas las quimeras,
convirtió este existir en realización.
Llevo tu nombre escrito no en la arena,
sino en la raíz más honda del deseo,
eres la música callada y serena,
que me acompaña en todo lo que creo.
Y así, moriré contigo en el pensamiento,
en un lento y dorado desangrarse,
este amor, nuestro único monumento,
no podrá con el tiempo borrarse.
Porque fuiste la única, la certeza,
el espejo donde me vi completo,
y en esta quieta y larga fortaleza,
donde contigo me desangro por entero.
Eres el sueño que no tiene orilla,
la patria a la que siempre regreso,
la única mujer, la maravilla,
por la que me sentí, por fin, realizado.
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Autor:
Arvela (Seudónimo) (
Online) - Publicado: 27 de octubre de 2025 a las 20:52
- Comentario del autor sobre el poema: @DR LLDEGC
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2

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