En las cenizas de Gaza

Leoness

En las cenizas de Gaza, el pan fue mi promesa,

voluntario en el infierno, repartiendo el auxilio,

vi lo que el alma esconde, la sombra sin remiso,

el hambre en ojos grandes, la miseria más lesa,

no hubo horror que me fuera ajeno en esa mesa

donde el mendrugo apenas mitigaba el suplicio.

 

Vi el cuerpo roto, el llanto, el último resquicio

de humanidad que resiste a la saña que pesa,

más la voz de la paz, frágil, ha resonado,

y mi mochila, antes llena, hoy casi vacía,

me anuncia el dulce adiós de mi labor cumplida.

 

Me alegro. ¡Qué ironía tan honda he degustado!

ya no me necesitan tanto; mi pan se ha menguado,

porque el alma de un pueblo, a la ruina adherida,

vuelve al escombro amado, a la vida no vivida,

al solar que la guerra cruelmente ha profanado.

 

Es el arraigo un ancla que no teme al abismo,

un hilo de memoria, dolor y pertenencia.

Vuelven a la grieta, a la trágica imprudencia,

a un hogar fantasma, a su propio cataclismo.

 

No les importa el riesgo, no miden el cinismo

de un aire que aún huele a pólvora y a ausencia;

en esa tierra hollada, buscan la reincidencia

del ser que fueron, aunque el precio sea el sismo

del final, la bomba amiga que acabe la vigilia.

 

¡Morir en lo que fue su cuna, su raíz, su estirpe!

caravanas desfilan, una marea que irrumpe,

alegres en el gesto, aunque la pena humilla,

esperanza que florece sobre seca varilla,

hundidos en la duda que el porvenir corrompe.

 

Y yo, testigo mudo, veo el ciclo que rompe

la lógica del bien, la paz que se mancilla,

porque en el camino, entre escombros y jirones,

la promesa de calma se agrieta en nuevos males.

 

Veo manos fraternas, convertidas en puñales,

compatriotas que ajustan sus propias decisiones

de sangre sobre hermanos. ¡Cuántas contradicciones!

 

El precio de la paz se paga en funerales

Interiores, en luchas tribales, irracionales,

que ahondan la herida en el centro de las naciones.

 

Es la humanidad, que en su eterno extravío,

impone a veces, muchas, este bárbaro coste:

que el odio ancestral en la carne se acoste,

que la furia se herede bajo un cielo sombrío.

 

Y el mundo lo olvida. El recuerdo, un navío

que naufraga en la prisa, se pierde en el postre

de la noticia efímera. Mi pan ya no es dulce

necesario, mas el alma sigue en el baldío,

llorando los hermanos que matan a otros hermanos,

mientras la paz se anuncia con labios inhumanos.

 

¡Ya no me engaño, pues, son cenizas ancestrales!

  • Autor: Leoness (Seudónimo) (Online Online)
  • Publicado: 27 de octubre de 2025 a las 16:58
  • Categoría: Sociopolítico
  • Lecturas: 2
  • Usuarios favoritos de este poema: Antonio Pais
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