No Insistas

No insistas,
cuando el silencio se vuelve respuesta,
cuando el “ya está” suena más fuerte que cualquier explicación.
Hay momentos en los que seguir intentando
no demuestra amor,
demuestra que no sabés soltar.

No insistas,
si esa persona ya te habló con claridad,
si sus palabras fueron como una puerta cerrándose con suavidad,
no por odio, sino por cansancio,
por el peso de haber dicho lo mismo una y otra vez.

A veces uno no se da cuenta,
cruza el límite sin querer,
pensando que insistir es demostrar interés,
pero no, insistir a veces es herir,
es tocar una herida que ya estaba curando.

“Las cosas las dije bien claro”, te dicen,
y duele, porque sabés que es verdad,
que el error fue tuyo, que te cegaste,
que no supiste escuchar cuando todavía había tiempo.

Entonces aprendés —a la fuerza—
que todas las personas tienen un límite,
que el corazón también se cansa,
que incluso la paciencia más dulce
termina diciendo “basta” en voz baja.

No insistas,
porque cuando forzás algo que ya no quiere ser,
terminás perdiendo lo poco que quedaba de lo que fue.
Una amistad, un cariño, una historia…
todo se quiebra cuando no entendés el adiós.

A veces hay que aceptar que ya no sos parte,
que el ciclo terminó,
que esa persona ya no te mira igual,
y que no está mal… simplemente cambió.

Y sí, duele,
duele entender que el afecto no se recupera con palabras,
que la confianza no regresa con promesas,
que quien se alejó tiene sus razones,
y que aunque quieras arreglarlo,
ya no hay espacio para insistir.

Así se aprende:
no todo lo perdido se recupera,
no todo lo roto se puede pegar.
Y aunque te quedes con el alma partida,
aprendés que a veces el silencio enseña más que el perdón.

No insistas,
porque insistir cuando ya no hay lugar
es no respetar lo que alguna vez fue verdadero.
Dejá que el tiempo ponga las cosas en su sitio,
que el alma respire,
y que el amor —o la amistad—
se vayan con dignidad.