Almas que se disuelven

Rafael Medina

Hay quienes aman con la intensidad

de un incendio que no distingue entre todo lo que toca y ellos mismos, se entregan al otro como si su carne y su sombra fueran prestadas, como si cada gesto, cada suspiro, cada silencio fuera un acto de fe en la supervivencia ajena.

 

Al principio, ese amor es un milagro.

Dos soledades que se encuentran

y se reconocen como piezas rotas que encajan sin advertir que la forma cambiará.

 

Pero con el tiempo descubren algo que nadie advierte, el amor profundo no preserva;

transfigura y consume.

 

El que ama así comienza a olvidar su propio nombre, cada pensamiento se tiñe del aroma del otro, cada recuerdo se confunde con los instantes compartidos, y la memoria empieza a diluirse, como tinta en agua, hasta que ya no hay certeza de dónde termina uno y comienza el otro.

 

Caminar es un desafío, mirar un espejo es un acto de traición: el reflejo ya no es suyo,

sino un extraño construido de sus deseos y del reflejo de quien amaron.

 

Dormir se vuelve un rito extraño, los sueños ya no contienen rostros, solo la sensación de un abrazo que nunca termina, y la certeza de que el cuerpo, aunque intacto, no les pertenece del todo.

 

Intentar regresar a sí mismos es inútil.

Cada esfuerzo es como caminar sobre arena movediza, cuanto más buscan su identidad, más se hunden en la otra.

 

Y sin embargo, el alma encuentra belleza en esa desaparición, porque perderse en otro también es aprender a existir en otra forma,

a ser un reflejo que respira en el eco del otro.

 

El tiempo no cura ni separa.

Lo que queda no es ausencia, sino un territorio compartido, y cada lágrima que cae, cada suspiro que se escapa, es una carta enviada a un cuerpo que ya no les pertenece,

pero que todavía guarda su calor.

 

A veces, incluso en la soledad, el recuerdo del abrazo regresa, como un fantasma que toca con suavidad los contornos de sus dedos,

recordando que hubo un instante donde todo valía la pena, donde el dolor y el placer se fundieron en un mismo latido, y donde la vida no tenía otra medida que la intensidad del vínculo compartido.

 

Amar así es peligroso, es perderse y seguir existiendo, es ver la eternidad reflejada en un cuerpo que se mueve, que respira, que toca,

y darse cuenta de que, aunque vuelvan a caminar solos, ya nada volverá a ser exactamente suyo.

 

Y en esa transformación hay un regalo secreto, haber amado hasta la disolución,

haber sido consumido sin resentimiento,

haber tocado algo más profundo que la carne, más antiguo que el tiempo,

más verdadero que cualquier recuerdo que quede en la memoria del mundo.

 

Porque quien ha amado así sabe que no hay forma de morir completamente, ni de olvidarse del todo, su esencia permanece, en los pliegues de la memoria del otro, en los espacios vacíos que aún laten de ternura, y en el silencio que se convierte en testigo de un amor que fue, y que aún sigue existiendo, aunque nadie pueda pronunciar su nombre.

 

  • Autor: Rafael Medina (Online Online)
  • Publicado: 26 de octubre de 2025 a las 01:39
  • Categoría: Reflexión
  • Lecturas: 1
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