Alejandra abre los ojos y la luz le pega de golpe. No quiere levantarse, pero lo hace igual. La pastilla de anoche todavía está dando vueltas en su cuerpo, tratando de calmar algo que no se deja calmar. El sueño nunca llega del todo. Se queda un rato mirando el techo, respirando despacio, intentando convencerse de que va a estar bien, aunque no sepa cómo.
Quiere empezar de cero en otro lado, sin miedo, con la compañía que anhela. La culpa la persigue por pensar que es egoísta por querer borrarse de donde está, por sentir que no puede sostener lo que la vida le pide sin desgastarse. Sabe que la tranquilidad que busca no la va a encontrar quedándose en lo mismo, pero eso no hace que el peso desaparezca.
Se mueve por la casa, hace café amargo sin darse cuenta, el hambre no aparece. Cada sorbo es automático, tibio, fuerte, y no llena nada más que el silencio que la rodea. En la ida al trabajo recuerda ese café, el sabor que no la despierta, mientras su cabeza sigue dando vueltas y vueltas, pensando en lo que es, lo que hace, lo que siente. En el bondi, la gente pasa, empuja, habla, y ella está ahí, presente en cada cuerpo, cada ruido, pero atrapada en su propio día.
Se auto convence de que no puede mostrar vibra baja; afuera, se muestra segura, auténtica, confiada. La gente que la cruza ve el aura que maneja, la luz que parece salir de ella. Alumbra con su simpatía, con sus palabras, con su forma de ser. Sabe que pocos ven el cansancio real, las grietas internas que nadie toca, y eso la hace sentir fuerte y frágil al mismo tiempo.
Si alguien la viera en su intimidad, sola en su habitación, Alejandra se reiría, vencida, y se diría que nadie podría imaginar lo que siente. El cansancio profundo, silencioso, que nadie toca. Pero mientras piensa en todo eso, recuerda la calma que le da alguien que la sostiene. Esa presencia que, aunque esté lejos, hace que pueda respirar un poco más tranquila, que no todo se sienta pesado.
A la vuelta del trabajo, a Alejandra le pesa más la cabeza, no por lo que hizo ni por lo que trabajó, sino por ella misma. Desea una vida confiada, con paz. Desea la compañía que necesita, y sabe quién es él. Piensa en la distancia que hace que no suceda, pero también en las posibilidades cercanas de que sí suceda. Imagina desvanecerse en sus brazos, confiada, dejándose encontrar, reconociéndose otra vez, sintiéndose ella misma sin máscaras ni exigencias.
Cada paso hacia su casa pesa, pero también la acerca a la idea de paz que persigue. Siente la mezcla de cansancio y alivio anticipado, un hilo fino que le recuerda que puede existir sin traicionarse. Llega y la noche la encuentra frente al techo otra vez. La pastilla cumple su ritual, pero no su promesa. Se acuesta, cierra los ojos y respira. Por un momento deja que el silencio la cubra, que el cansancio se acomode sin rendirse. Dormir no es rendirse; dormir es un ensayo, un respiro, un recordatorio de que puede seguir.
Alejandra respira hondo, siente el peso de su propio cuerpo y de sus emociones, y aun así, allí, en su soledad, se permite seguir. Sabe que hay cosas que la sostienen, cosas que la hacen sonreír, y que algún día dormir dejará de sentirse como rendirse y empezará a sentirse como vivir un poco en paz, incluso si para eso todavía tiene que luchar consigo misma. Sigue, siempre sigue, con la certeza de que hay momentos y personas que la sostienen, y que su vida, aunque cansada y pesada, todavía es suya para existir y reencontrarse.
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Autor:
ROMA (Seudónimo) (
Online) - Publicado: 25 de octubre de 2025 a las 00:03
- Comentario del autor sobre el poema: Un viaje en bondi y ganas de escribir basta. No hace falta pensar toda la vida, solo sentir de verdad.
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2

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