Eternidad del guardabarranco

Ivette Urroz

Van reconfortando los graznidos

melodiosos del guardabarranco en su lejanía;

es sólo una sabiduría del vuelo recién abierto,

de un trazo hermoso

que, en su existencia,

se aterciopela taciturno.

 

Mariposea siempre en la senda del amanecer,

cabalga en una nota musical

donde ha sido revivificado;

como aquel que encuentra una

sinfonía de madroños y flores azules y blancas,

desenreda la sombra, tanteando

sus retumbos que dan contra el viento.

 

¿Qué se puede hacer hoy y escuchar?

Repasa el alma su espejo gastado,

y queda tenue su canto delator.

 

Enarbola un júbilo de plumas y costumbres,

que, a deducir, queda;

la clara juventud

de su garganta vibrante bajo el dariano sol.

Ivette Mendoza Fajardo

Malecón de promesas y amenidades

 

Caían las tardes, caían las noches,

revueltas por furores de diamantes,

en un alba remota, soñada y lejana,

como una piedad que gime,

profunda como un fuego en la espera.

 

Rodaba la magia por su brazo derecho:

besos tibios contra el filo de las piedras,

contra el nudo de los bejucos,

luces contra sombras,

aplausos de azúcar y saliva

en el rito de juego y entrega.

 

Mi reino por una banca en el malecón,

dijiste.

El lago trajo promesas de amor claro

y un cordón limpio donde se columpian las aves,

a cambio de besar la mano llena de aventuras.

 

¡No esperes nada a cambio!

Un muelle por una hojaldra,

gritaste.

Y en el carrusel de amenidades,

turbia la eternidad del lago,

como aquel lluvioso domingo de agosto.

Ivette Mendoza

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