El Perdedor

Vanessa Mónico

Ya no me seduce la victoria, “el trivial desenlace”.

Me es más digna y pródiga la derrota. En esta experiencia hay una última lucidez que aborrece la certidumbre del triunfo. Reitero sin cesar aquel suceso en la estructura de mi memoria, y me asalta una secreta felicidad por no haberme embarrado en el fervor de la gloria ajena.

¿Ganar? ¿A qué estéril utopía se aspira con la ganancia? ¿Un argumento, acaso? ¿Un magro pedestal de retórica? El hombre que exige acólitos, o que desesperadamente necesita la adhesión a sus fugaces ideales, no es sino un reflejo del vacío, un mendigo de ecos.

Mi espíritu no es el de un seguidor. El rastro que persigo es otro: la admiración del sabio, esa estirpe que nos redime. Los leo y anhelo la parsimonia de sus palabras, depositadas como oro en las hojas de tinta que elijo.

Prefiero, pues, la retirada. Prefiero la humilde dignidad de perder, y con ella, la infinita geografía de la soledad. Ella no exige, tan solo es. Y en su vastedad, el hombre encuentra una biblioteca y un laberinto: un destino.

V. Mónico

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