Hola

Si te dijera la inmensidad, el número incontable de veces que mi mente te busca, que mi impulso me dicta teclear tu nombre o marcar tu número durante el transcurso del día, te sorprenderías. Es un eco constante, una melodía que suena sin cesar en el fondo de mis pensamientos.

Muchas de esas veces se reduce a un simple y anhelado "hola", un saludo que busca romper el silencio y la distancia. Otras veces, es un impulso sincero de decirte un simple, pero profundo, "estoy pensando en ti", un mensaje fugaz que encapsule la presencia persistente que tienes en mi vida, sin importar lo que esté haciendo.

Hay momentos en que la preocupación genuina me inunda, y mi mano se posa sobre el teléfono, queriendo preguntar: "¿Cómo estás? ¿Cómo ha ido tu día hasta ahora?". En otras ocasiones, la necesidad de saber de ti es más básica, más cotidiana, pero no menos importante: "¿Ya almorzaste? ¿Has tomado un momento para ti en medio del ajetreo?". Son preguntas pequeñas, sí, pero que llevan consigo la intención de cuidarte y de mantenerme conectado a tu bienestar.

Pero siempre, invariablemente, hay algo que se interpone, una fuerza invisible que me detiene en el umbral de la acción. Una barrera etérea se levanta, algo que no me permite hablarte, que congela mis dedos justo antes de enviar ese mensaje o hacer esa llamada. Es una sensación de vértigo, un miedo a la intrusión o, quizás, a la respuesta, o a la falta de ella.

En verdad, no logro descifrar la naturaleza de este freno. Me pregunto si eres tú, con alguna señal tácita de inaccesibilidad, la que provoca esta pausa. O tal vez es el destino, con sus hilos invisibles, tejiendo un patrón de espera que no logro comprender. A veces, en mi desesperación, me pregunto si será Dios, con un propósito mayor, quien interviene. O, la posibilidad más dolorosa y probable, que simplemente soy yo: mi propia inseguridad, mi timidez, o el miedo a lo que podría significar esa conversación lo que me impide cruzar esa línea y simplemente decir lo que siento, o tan solo preguntar por ti.