Urano en mi silencio

Dices que me amas, que en mi extraño fulgor 
descubres la quimera de tu propia aurora; 
sin embargo, sé que por esa misma singularidad 
mi sombra será arrastrada al ocaso de tu noche. 

No siempre se obtiene lo que el corazón anhela, 
ni la probidad del amor garantiza perpetuidad. 
Aun así, atesoro los instantes compartidos, 
aquella historia que un día floreció inmarcesible. 

Puede la amnesia, cruel centinela del olvido, 
desvanecer mis ideas como bruma al alba, 
más jamás logrará arrebatar la memoria 
donde guardo tu nombre grabado en el alma. 

En el silencio estelar habita Urano, 
mi reflejo errante, distinto, apartado. 
Tú, Dama Nocturna, de luz acostumbrada, 
te alejas de mi órbita por ser tan raro, 
dejando en el vacío mi fulgor ignorado. 

Mas Urano yace ausente en el frío vacío, 
sin canto, ni rumor, ni un leve aliento; 
como un eco extraño que no haya rocío, 
perdido en el eco del oscuro lamento. 

Y a ti, Sombra Clara, flor de bruma matinal, 
bella como niebla al alba que besa el cristal, 
deslumbras en la noche con ardor celestial, 
seductora en tu velo tras la áspera prueba final. 

Hay melancolía en cada verso inconcluso, 
una triste complacencia en la aceptación: 
la dicha es efímera, y tú, mi prodigio, 
tal vez te marches buscando otra plenitud. 

Mas, si tu dicha me llama en su murmullo, 
si la felicidad te sonríe en mi abrazo, 
aquí quedaré, inmutable centinela, 
esperando tu regreso más allá del adiós.