Contemplar el abismo

Contemplar el abismo

Se han ido.
Hay quienes dicen que son cobardes y que eligieron el camino fácil.
Yo sé que no fue fácil. 
Yo sé que no fue así.
Yo sé lo que es arder por dentro sin que nadie lo note.
Lo que es tratar de respirar, pero ahogarse.
Tratar de gritar, pero tragar piedras.
Lo que es existir sin estar.

Todo duele.
Abrir los ojos duele.
Levantarse duele.
Respirar duele.
Vivir, jodidamente vivir, duele.

Aguantar, aguantar, aguantar, sintiendo cómo me rompo en silencio.

Hay dolores que no se ven, que no sangran, que no hacen ruido.
La mente se quiebra.
El tiempo se confunde.
Los pensamientos se vuelven enemigos.
No hay aire.
No hay calma.
No hay salida.

Hay un punto en el que la mente no piensa. Arde.
Una presión constante.
Un ruido que no se calla.
Una tristeza tan espesa que te inunda.
Una angustia que te ahoga.
No hay escapatoria.
Como si no quedara aire en el mundo.

No hay lugar para gritar.
No hay claridad para entender qué está pasando.
Todo es denso, como si me pudriera por dentro.

Y todo es demasiado.
Se derrumba el mundo.
Cada pensamiento duele.
Cada recuerdo me envenena.
Cada idea pesa.
No hay aire, ni luz, ni voz.
Solo una ausencia que crece.
Ausencia que se apropia de lo que queda.
Ausencia que se sumerge en todo el cuerpo.

No se van porque quieren morir.
Se van porque ya no saben cómo seguir.

Cada rincón de la mente es enemigo.
Todo lo que alguna vez tuvo forma se volvió una sombra que todo lo aplasta.

Y cuando uno ya no se reconoce,
cuando imaginar el mañana tortura, y duele más que el irse,
No hay lugar para el juicio...

No los culpo. No los juzgo.
Quizá porque estuve demasiado cerca.

Contemplar el abismo te enseña a callar antes que señalar.

No los culpo. No los juzgo.
No eligieron irse.
El dolor los empujó.
Y para llegar tan lejos hacia adentro primero tuvieron que romperse en silencio
una y otra vez
hasta apagarse.