CUANDO EL INFIERNO FLORECE

Miguel Aiuqrux

 


I
Nací envuelto en sombra antes de saber qué era la luz.
El vientre de Cronos fue mi primera cuna,
y allí aprendí que el frío no siempre viene del invierno.
No lloré cuando Zeus me devolvió al aire;
no era un niño, era un eco…
y en ese eco ya palpitaba el peso de un reino
que nadie pidió gobernar.


II
Luché junto a Zeus cuando el cielo aún no tenía dueño,
y con el casco de invisibilidad arranqué el poder de Cronos.
La guerra me dio un reino, pero también una condena:
gobernar donde hasta la luz teme entrar.
Por siglos no miré hacia arriba…
hasta que una risa, como agua en piedra seca,
me recordó que aún existía el calor.


III
No fui hecho para las multitudes ni para el estruendo.
La voz del río Estigia es suficiente coro para mi nombre.
No castigo por capricho, ni premio por adulación;
mi trono está forjado en leyes, no en deseos.
En mi reino, incluso la eternidad tiene disciplina.
Tal vez por eso, cuando sueño,
mis propios fantasmas me llaman por mi nombre.


IV
Llevo la calma como otros llevan espadas.
No muestro la herida, pero sangro en silencio.
Soy el guardián de un límite que nadie agradece,
y aún así permanezco.
No temo a la soledad,
pero la soledad teme que un día yo la abandone.


V
Entre lirios y amapolas, Perséfone tejía mañanas sin grietas.
Su risa no conocía la urgencia,
y el viento jugaba en su cabello como un niño sin miedo.
No había invierno en sus pasos,
ni presagio en la flor que arrancaba de la tierra.
Todo era superficie,
y bajo ella, el destino aguardaba con las manos quietas.


VI
La vi, y el tiempo se quebró como espejo.
No supe si era flor o fuego, si debía tocarla o arrodillarme.
Su risa cayó sobre mí como un amanecer que hiere.
Y comprendí, con la certeza del abismo,
que incluso un dios puede temer lo que ama.
No la deseé: la necesité,
como el silencio necesita la palabra para saberse completo.


VII
Desde mi reino, los muertos se agitan cuando ella sonríe.
Los campos florecen en mi pecho, y eso me aterra.
Zeus tiene su trueno, Poseidón su marea;
yo sólo tengo el temblor de su nombre en mis labios.
Perséfone… la pronuncié una vez,
y el mundo se detuvo para escucharme.
Desde entonces, la sombra se volvió promesa.


VIII
No la tomé: fue el mundo quien la entregó al silencio.
El suelo se abrió como un suspiro antiguo,
y los pétalos cayeron antes que su grito.
No hubo cadenas, sólo destino.
Mis manos temblaban, no por poder, sino por culpa.
Ella miró atrás, y en sus ojos vi mi ruina…
y mi única salvación.


IX
No supe si la salvé del mundo o la perdí para siempre.
El eco de su nombre aún vibra en mis muros,
como si el inframundo respirara al ritmo de su miedo.
Le hablé, pero mi voz sonó como piedra cayendo al agua.
Quise explicarle que no era la muerte…
que sólo buscaba un lugar donde el amor no muriera.
Pero ¿cómo explicar la luz desde la oscuridad?.


X
Ella no lloró. Y su silencio fue más cruel que mil súplicas.
Entre los muros de obsidiana su luz no se apagó,
sólo cambió de tono, como el oro que madura en la sombra.
La vi mirar mis reinos con la calma de quien entiende la condena.
Y entonces supe que no era mía…
que jamás lo sería.
Pero mientras caminaba entre los muertos,
el infierno tuvo primavera.


XI
No soy el dios que arrebata, sino el que espera.
Cada estación la dejo ir, y cada otoño la reclamo.
Cuando vuelve, no sonrío; cuando parte, no lloro.
El mundo necesita su risa, yo necesito su ausencia.
Si alguna vez oyes temblar la tierra en abril,
no temas: es mi corazón recordando su paso.
Porque incluso en el infierno… florece su nombre.

 

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Comentarios +

Comentarios1

  • EmilianoDR

    Gracias poeta.
    Muy buena narración.
    Saludos 👋



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