Llena de barro

marchita

Desesperada, pincho y corto.

Hundo la cuchara hasta el fondo.

Trago sin saborear; mi aliento se vuelve dulce y mi estómago agrio.

Sin pensar, sin frenos, vuelvo a hacerlo.

 

Ya ni mastico. No me importa qué es: solo quiero sentirme llena.

Vuelvo a pinchar; la cabeza me late caliente y cada bocado se atasca en la garganta.

Ya no hay espacio, pero algo más vuelve a entrar.

 

Con la última porción desmedida, entra aire por mi nariz.

Al segundo, cae una lágrima.

Miro mis manos, que casi sin voluntad se deslizan por mis piernas.

Las aprietan, las marcan.

 

Las sienes arden; un hilo invisible se tensa y me arrastra hacia adelante,

al mismo sitio de siempre.

El sudor frío recorre mi cuerpo.

El piso helado toca mis rodillas, que resbalan sobre la humedad.

 

Los nudillos, encendidos, titilan rojos frente a mis ojos.

El agua comienza a correr. Me aturde. Me da esperanza.

Esperanza que pronto se disuelve, decepcionada, impotente.

 

Me siento una ladrona. Quiero devolver todo el oro que he robado,

pero no puedo.

Mi cuerpo se niega.

El pecho me duele; mis ojos se inundan.

La garganta arde, la adrenalina se vuelve desesperación.

 

Estoy llena de oro, y me siento llena de barro.

Camino hacia el reflejo; el hilo de mis sienes ahora rodea mi cuello y me asfixia.

Estoy sucia.

 

Con las mejillas pegajosas camino al baño y me seco con un trapo.

Salgo oculta, rodeada de mí misma, sonriendo.

Finjo ser inocente, como si jamás hubiera hurtado nada.

El oro brilla frente a mis ojos,

pero se convierte en mugre apenas lo toco.

Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos




Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.