JUAN, EL ESQUIZOFRÉNICO – Parte IV (El regreso del abismo)
Una tarde sin fecha, cuando la lluvia parecía venir desde dentro de las paredes, Juan volvió a casa. Nadie supo cómo entró. Las puertas estaban cerradas, las ventanas selladas. Sin embargo, allí estaba: empapado, pálido, con la mirada perdida en una línea invisible del suelo.
Ana lo vio primero. No gritó. Se quedó inmóvil, con la respiración suspendida como una cuerda tensa. El padre, detrás, dejó caer los anteojos. Por un instante, los tres quedaron atrapados en un silencio sagrado, un reencuentro suspendido entre el amor y el espanto.
—Hijo... —dijo ella, apenas un susurro.
—He venido a dormir —respondió Juan.
No preguntaron cómo había llegado ni por qué sus zapatos dejaban huellas de barro en el pasillo. Lo sentaron junto a la mesa. Ana preparó café, y el padre habló de trivialidades, como si la normalidad pudiera conjurar los fantasmas.
Pero los ojos de Juan no estaban allí: vagaban entre los retratos, las flores marchitas, los ecos de una casa que ya no era suya.
Esa noche, mientras cenaban, el aire se espesó.
Un comentario —insignificante, apenas una frase— encendió la chispa.
El padre, cansado, dijo algo sobre volver al hospital.
Y entonces, en el rostro de Juan, algo se quebró.
El cuchillo de carnicero estaba sobre la mesa, reflejando la luz amarillenta de la lámpara. Nadie recuerda el primer movimiento. Solo un sonido sordo, un golpe seco, y luego otro.
El horror se desplegó como un sueño que no quería despertar.
Ana intentó abrazarlo, pero Juan la apartó con una ternura enferma.
—No llores, madre —dijo—. Solo los estoy ordenando para que descansen.
Los acomodó uno junto al otro, en su cama, con las manos entrelazadas. Les peinó el cabello, les cubrió los cuerpos con la colcha azul que Ana había bordado años atrás.
Parecían dormidos.
La habitación olía a hierro y a infancia.
Antes de irse, escribió unas palabras en la pared, con la punta del cuchillo:
“Ya no oigo las voces.
Se quedaron aquí, durmiendo conmigo.”
Después salió a la calle.
La madrugada era un espejo empañado. Caminó sin rumbo, con la mirada fija en el horizonte, sin lágrimas, sin culpa, sin sombra.
Un perro lo siguió unos metros, pero pronto se detuvo, como si comprendiera que aquel hombre ya no pertenecía al mundo de los vivos.
Cuando amaneció, la policía llegó a la casa. No hubo señales de forzamiento, ni huellas claras de entrada o salida. Solo los cuerpos, perfectamente acomodados, y un cuaderno abierto sobre la mesa del comedor.
En la primera página, una frase:
“He cerrado la puerta equivocada... y me he quedado dentro.”
El resto de las hojas estaban en blanco.
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025
-
Autor:
JUSTO ALDÚ (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 18 de octubre de 2025 a las 19:11
- Comentario del autor sobre el poema: Penúltima parte de JUAN, EL ESQUIZOFRÉNICO.
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 5
- Usuarios favoritos de este poema: MISHA lg, EmilianoDR, Hernán J. Moreyra, Alma Eterna
Comentarios3
estremecedoras tus letras poeta
que historia , con un final , no deseado
gracias por compartir
Los acomodó uno junto al otro, en su cama, con las manos entrelazadas. Les peinó el cabello, les cubrió los cuerpos con la colcha azul que Ana había bordado años atrás.
Parecían dormidos.
La habitación olía a hierro y a infancia.
Antes de irse, escribió unas palabras en la pared, con la punta del cuchillo:
“Ya no oigo las voces.
Se quedaron aquí, durmiendo conmigo.”
besos besos
MISHA
lg
Amigo Justo.
Que Juan en un ser espiritual tenga contacto con su mamá y venga a dormir a la casa familiar me da una idea de que es bueno y que por su enfermedad llego a cometer errores terribles.
Dice mi hermana que el no ha encontrado su camino y sigue en la tierra. No sabe que está muerto.
Estoy siguiendo la historia.
Espero el final.
Saludos 👋
Increíble, debo admitir que igual que la primera parte, termine oliendo el hierro ... Genial historia.. gracias por compartirla ....
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.