No soy ya la nínfula, la sombra que danzó
en el polvo de moteles y el Ford gastado.
El eco de aquel nombre, que la lengua marcó,
es una máscara rota, un pasado borrado.
Tengo cuarenta y ocho. La piel ya no es durazno,
sino seda que sabe a tormenta y regreso.
Mis ojos han bebido el vino del fracaso,
pero ahora arden con fuego, con un nuevo acceso.
La niña murió al parir, en un crudo diciembre,
dejando un hueco amargo, una herida ancestral.
Mas de sus cenizas, del olvido que enjambre,
nació la mujer que hoy se sabe mortal.
Siento el pulso del tiempo, la carne que florece
lejos de la jaula, de la prosa obsesiva.
Mi erotismo es mío, de mí misma me nace,
no un sueño prohibido ni una imagen cautiva.
Soy el vértigo lento, la curva que respira,
la risa profunda que el recuerdo ahuyenta.
Me busco en el espejo sin miedo a la pira,
y la pasión adulta es la que me sustenta.
El lenguaje que un hombre tejió para atraparme
se ha vuelto mi herramienta, mi velo y mi arma.
Ahora elijo quién mira, quién osa tocarme,
y quemo sin culpa el fantasma que alarma.
El camino de América, de prisa y sin brújula,
terminó en una casa con olor a lluvia y paz.
Lolita fue un nombre. Dolores es la médula
que se alza en el presente, y no mira jamás atrás.
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Autor:
Kmony Quiñonez(monina) (
Online)
- Publicado: 16 de octubre de 2025 a las 18:48
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 1
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