Tun… tun… hazme invisible

Tun… tun… hazme invisible

¡Ja! Tun… tun…
Aquí estoy, en las cámaras ocultas,
donde el ego se toma selfies con el vacío,
y los fantasmas pasean en bata
por los pasillos del desdén.

Psss…
Oye, intrusa de latidos ajenos,
tú, la que irrumpe con compás de rebelde,
destripando mi silencio de cartón mojado,
removiendo sombras que creí eternas,
desafiante como un rayo en la sombra.

No soy fantasma —soy el rey del castillo vacío—,
pero tu risa me atraviesa como metralla,
golpeando mi orgullo
con precisión de metrónomo.

Tun… tun…
¿Ves? Hay alguien, sí:
un bufón con corona de desdén
que finge no oír para no rendirse,
mientras tu ironía lo atraviesa
como sal en la herida.

Mírame tú a mí:
no eres nota suelta,
eres la sinfonía entera
que invade mi pentagrama
cerrado con llave.

Psss…
Quédate, molesta,
que tu compás desafiante
desordena la calma
que creí eterna.

Al final, el corazón late más fuerte
cuando lo asaltan de frente.
Y si no hay nadie,
igual me quedo
a provocar la soledad.

Tun… tun…
¿Oyes ahora?
No es ego,
es el pulso que responde:
"Adelante, invisible, hazme visible."

<>_<>_<>_<>_<>_<>_<>_<>_<>_<>_

Te esperaba

Te esperaba, lo sabía.
Tarde o temprano ibas a volver,
con el sabor de otra piel en la boca
y ese temblor cobarde
de quien desea dos veces.

Te propongo un juego:
a que no le dices,
a que no le cuentas
que me sueñas desnuda de arrepentimientos,
que me extrañas cuando finges dormir,
que aún te duele —sí, te duele—
mi manera de amarte.

A que no le dices
que vuelves porque nadie
te incendia igual,
porque su calma te aburre
y mi locura te llama desde lejos.

Anda, dile si puedes:
que tu cuerpo me delata,
que mis manos respiran en tu piel,
que cuando te toca, tiemblas
como si mis dedos volvieran del infierno.

Vuelve, si quieres.
Esta vez no habrá ternura:
te haré pagar con gemidos,
con heridas dulces,
con todo el deseo
que fingiste olvidar.

Y cuando me ruegues otra vez,
entre el humo y la culpa,
te diré despacio —muy despacio—:
Te esperaba.