Vínculo etéreo y devoción silenciosa
I.
No anhelo ser tu eje, ni el sol de tu jornada,
solo sombra que busca donde el alma es guardada;
ser apenas el suave y tenue velo,
que de tu espíritu mitigue el hielo.
II.
Permíteme ser hálito que a tus pasos se incline,
sin robar luz, sin nombre, solo amor que te extrañe;
ser el mudo testigo de tu vuelo,
sin pedir del camino más que el suelo.
III.
Cuando el sueño te venza y te llame la aurora,
yo sabré ser tu eco, tu esperanza que llora;
seré el cristal turbio de tu ventana,
al volver con su risa la mañana.
IV.
No preciso tu mundo, ni tu cielo infinito,
dame apenas el don de un suspiro proscrito;
me basta de tu vida la fugaz melodía,
al final del incierto y largo día.
V.
Si al luchar por tu meta la senda es oscura,
seré suelo que ampara, no la atadura;
seré brisa que besa la herida sin nombre,
y no cadena que tu alma asombre.
VI.
No soy meta ni cumbre, ni victoria o desvelo,
solo un puerto en la bruma si naufraga tu anhelo;
soy el dulce reposo del que olvida,
en la nave de su alma a la deriva.
VII.
Elijo tu alegría si el sol se derrama,
y si llueve en el fondo, ser rocío en tu rama;
tu tristeza es mi copa de amargura,
tu felicidad, mi alta ventura.
VIII.
Jamás detendré el vuelo de tu alma soñadora,
caminaré a tu lado, aunque la senda te ignora;
seré el sendero a un lado, siempre incierto,
más mi amor te será fiel puerto.
IX.
No quiero que renuncies ni a la luz que te habita,
ni a los seres amados que tu alma bendita;
solo ser en tu sombra, un eco triste,
que solo vive porque tú existes.
X.
Vengo solo a compartir tu paso incierto,
ser refugio de amor, nunca peso o desierto;
soy la tenue palabra que te nombra,
en la muda verdad de mi sombra.
Amor silencioso y constancia invisible
XI.
No soy el confín de tu ruta y tus anhelos,
sino el fiel compañero que custodia tus cielos;
el que vela en silencio tu destino,
sin pedir ser más que tu camino.
XII.
Me basta que me elijas si la fortuna brilla,
y ser eco a tu risa que a la luna se humilla;
que, en la dicha, tu voz me llame en vano,
al tenderme tu esquiva y blanca mano.
XIII.
Yo no quiero el aplauso ni el destino primero,
déjame ser tu rayo en el día más tierno;
esa luz que sin nombre te consuela,
al mover tu alma su leve vela.
XIV.
Si al buscar la calma hallas tempestad,
que seas tú mi lirio, yo tu serena bondad;
que seas tú el reposo de mi sueño,
y yo el mudo testigo de tu dueño.
XV.
No aspiro a ser el centro de tu infinito mundo,
me basta ser tu orilla y a tu paz, lo profundo;
ser el leve susurro de tu nombre,
que tu alma en la soledad escombre.
XVI.
Nunca seré muralla para impedirte el paso,
prefiero ser la brisa que desata tu lazo;
yo seré el aire esquivo y sin bandera,
que tu vuelo en el cielo reverbera.
XVII.
En tu alma, mi sagrario, no quiero invadir nada,
solo añoro quedarme en tu memoria callada;
ser el dulce recuerdo que te anega,
sin que a tus labios la queja llega.
XVIII.
Siénteme en tu refugio, en tu altura y tu pena,
faro que arde y calla en la dulce condena;
soy el fuego que vela sin arder,
la amargura que solo sabe querer.
XIX.
Te amo en plenitud, sin reclamo o demanda,
solo anhelo escogerte, sin temor a la blanda;
yo te elijo al nacer de cada aurora,
y mi alma tu nombre triste nombra.
XX.
No vine a interrumpir, sino a ser tu reflejo:
caminemos en gracia, sin mañana o espejos;
soy el alma que junto a ti se posa,
sin pedir ser más que leve cosa.
Presencia tierna y apoyo constante
XXI.
No es posesión tu vida, ni mi meta el olvido,
solo quiero en tus ojos hallar lo que he perdido;
ser el triste destino de tu paso,
sin pedir ser más que leve lazo.
XXII.
Cuando tiemblas de duda, cuando ríes de amor,
yo seré quien custodie la raíz del temblor;
que tu alma no sienta el frío del aire,
si tu corazón busca un don suave.
XXIII.
No aspiro a ser trinchera ni la cima a escalar,
prefiero ser el viento que tus alas sabrán;
la voz que te murmura su secreto,
en el mudo confín del aposento.
XXIV.
Si a los tuyos abrazas con fervor en el alma,
yo aplaudiré en silencio al ver tanta calma;
y seré la invisible y dulce ofrenda,
en la hora en que tu alma se prenda.
XXV.
No ansío tu prioridad, ni ser jaula o baluarte,
me basta con ser sombra discreta al mirarte;
ser tu eco doliente y escondido,
que solo vive por haberte oído.
XXVI.
Si la vida te eleva y el destino te es fiel,
yo seré quien celebre, aun sin probar tu miel;
el susurro que nadie oye en tu calma,
sino la triste voz de mi alma.
XXVII.
Cuando cantes victoria, entre risas y anhelos,
yo seré la invisible melodía de tus cielos;
la música que nadie sabe y calla,
al ver tu paso que el triunfo halla.
XXVIII.
No interrumpo tu paso, soy apenas tu anhelo,
un soplo de ternura que te da tu consuelo;
la tenue brisa que en tu frente gira,
cuando tu corazón triste suspira.
XXIX.
Si tropiezas un día en la ruta escondida,
seré mano que ampara para enjugar tu herida;
seré el pañuelo roto, al borde frío,
del lamento final que es solo mío.
XXX.
No vine con cadenas, ni tampoco a imponer,
tan solo a ser la tumba donde el mundo es cruel;
seré el remanso de tu pena amarga,
que en mi alma callada se descarga.
Amor callado y eterna fidelidad
XXXI.
Elijo cada aurora a tu lado seguir,
y en cada despertar, se renueva mi vivir;
que tu alma sea la fuente de mi anhelo,
y mi amor, el reflejo de tu cielo.
XXXII.
Si la noche es tan dulce que parece soñar,
seré brisa en el viento sin querer perturbar;
la luz que se apaga en la ventana,
al llegar con su risa la mañana.
XXXIII.
No exijo ni mando, ni espero una palma,
me basta un suspiro tuyo para sentir mi alma;
ser la nota que nadie oye en el viento,
el mudo dolor de mi lamento.
XXXIV.
Si la tristeza un día se posa en tu mirar,
seré rayo de luna sobre tu soledad;
el pálido fulgor que te acompaña,
en la noche que el alma te engaña.
XXXV.
Si la vida te abraza y todo es bienestar,
yo en la hora dichosa te quisiera nombrar;
ser la voz que murmura tu secreto,
en el dulce confín del aposento.
XXXVI.
No eres mi frontera ni yo tu prisión,
somos dos que se eligen con libre elección;
dos sombras que se encuentran y se nombran,
entre las viejas y fugaces sombras.
XXXVII.
Cuando abraces tu mundo y la dicha te envuelva,
seré alfombra de estrellas donde tu paso se sella;
seré el fulgor que nadie ve en la altura,
en la sombra de mi amargura.
XXXVIII.
Busco tan solo el gozo de tu luz al vencer,
sin más recompensa que el poderte ver;
ser el ciego testigo de tu llama,
que solo en la soledad te llama.
XXXIX.
No vengo a encerrarte ni a robarte el sol:
solo a ser quien susurra tu risa y tu voz;
yo seré el lirio humilde y sin aroma,
donde la pena de mi alma asoma.
XL.
Te elijo sin condiciones, sin miedo ni medida,
faro en el olvido, al vaivén de la vida;
ser el fiel compañero de tu suerte,
hasta que el hálito me dé la muerte.
Entrega absoluta y amor eterno
XLI.
No pido sacrificios, ni el altar ni la cruz,
solo el cálido ruego de tu simple luz;
ser el leve rocío de tu fuente,
al besar tu alma triste mi frente.
XLII.
Si algún día me olvidas, si te olvida el tiempo,
seré brisa en tu nombre, susurrando "te siento";
la onda que en el mar se va a perder,
con la dulce amargura del querer.
XLIII.
En cada despedida, soy promesa de un volver,
como luna a la noche, como luz al laurel;
soy el recuerdo que, en tu alma mora,
al mirar la fugaz y triste aurora.
XLIV.
No quiero ser murmullo constante en tu pecho,
prefiero ser la fuente que alivia tu despecho;
el silencio que vela tu reposo,
al mirarte en tu sueño borrascoso.
XLV.
Si tropieza tu ruta y el astro declina,
sabrás que a tu lado tu refugio camina;
seré el suelo que ampara tu caída,
y te nombra al pasar por esta vida.
XLVI.
No preciso testigo, ni otro público fiel,
con tu risa me basta si la vida va en hiel;
tu mirada es el cielo que yo pido,
en el mudo confín del alma herido.
XLVII.
Si tu vida florece en jardines de amor,
seré agua y rocío que acaricia tu flor;
seré el llanto sutil que al fin te nombra,
perdido en la quietud de tu sombra.
XLVIII.
No busco eternidades, solo instantes al viento,
y en los días risueños, colgarme a tu lamento;
vivir solo el momento de tu voz,
sin pedir del mañana más que a Dios.
XLIX.
Si decides volar y alcanzas tu mañana,
yo seré el horizonte que a tus alas llama;
la línea fugaz y sin bandera,
donde el sueño de tu alma se rindiera.
L.
Siempre seré tu abrigo, tu melancolía, tu fe,
y si el mundo te nombra, te elijo otra vez;
seré el mudo testigo de tu paso,
sin pedir más que un fugaz abrazo.
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Autor:
Edgardo (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 14 de octubre de 2025 a las 22:44
- Categoría: Amor
- Lecturas: 5
- Usuarios favoritos de este poema: Antonio Pais, Sierdi
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