El vacío de las palabras.

 Es difícil fingir ceguera ante el actuar doloso. Es difícil fingir que la vida tiene valor cuando se mata, se viola, se tortura y se humilla a la mujer, el hombre y las infancias. Es difícil fingir que la esperanza es para los tontos soñadores cómodos en sus asientos y pantallas patrocinadas por gobiernos que buscan esclavos modernos. Es difícil escuchar a los idiotas con lenguas filosas y ansiosas por decir algo sin sentido que justifique su actuar.

Es difícil sentir placer y estar agradecido cuando se tiene conciencia social. Es difícil disfrutar del consumismo que acaba con el planeta. Es difícil concebir un pensamiento propio que no esté influenciado por narrativas moldeadas. Odio tener la capacidad de empatizar y sentir compromiso ante el dolor del otro. Odio cómo me afecta la injusticia. Odio no poder disfrutar de la banalidad. Odio sentir nostalgia por tiempos mejores.  Al final de todo el caos solo está la muerte. Odio la romantización del dolor y el sacrificio. Odio la impunidad del villano.

Me causa cólera el positivismo mágico que minimiza la realidad de muchos.

Extraño es el ser, espectador sin sentido ni emociones, un dios hecho a imagen y semejanza, al que culpan y veneran sin ninguna intervención divina y sin embargo le dan gracias por los actos compasivos de algunos humanos con empatía y moralidad.

El libre albedrío de quien actúa contrasta con la inexistencia del observador, que se atreve a narrar.