LAS SAETAS DE CHRONOS V (relato)

liocardo

 

 

 

 

 

 

«A la concha’e la lora.»

 

.../...

 

 

 

 

Rosaura emitió un resuello en acopio de paciencia y a punto era de replicar, mas hubo de reprimirse al entrar un cliente apresurado. Se sentó tres butacas más allá; dejó escapar un bufido de alivio al aposentarse. La diosa refunfuñó un improperio inaudible antes de alejarse.

 

Hombre de mediana edad y estatura, pero robusto y de buen ver. Ataviado con el atuendo de los días laborables en quienes ejercen el oficio la la pintura: mono azul estampado en lamparones multicolor rasgado por los hombros, uñas lacadas en blanco mate y brazos tostados de jornadas a la intemperie. Debía de ser habitual. La camarera lo saludó por su nombre y él también saludó con el de ella. Sacó un baso de tubo del frigo y le sirvió un generoso whisky. «Sabe beber» observó desde el rincón—. Opinaba que el hielo en un licor era de mal gusto. Pidió además un refresco para llevar y de pronto, entre ellos, sobre la barra se proposicionó  una lata de cocacola indemne y divisoria: «el Alfa y el Omega» —sentenció—; todo acaba en el principio. Aquellos se sumieron en una trivial conversación en torno a lo cotidiano. Ella le coqueteaba de manera subrepticia y permitía a au interlocutor que practicara las gesticulaciones ensayadas durante horas frente al espejo: estereotipos ante los que la muchacha aparentaba turbarse, siempre tan amable, encantadora y servicial.

 

«No olvides se recordó que el final de cada era y el karma se había pronunciado inapelablesupone el comienzo de una nueva.»

 

Y ésta coincidió con el momento en que Claudio apareció mostrando con orgullo un apetitoso bocadillo de ternera con todos los ingredientes del esmero y el aprecio: accedió por la puerta principal y se dirigió decidida hacia la máquina de tabaco. El barman advirtió que los músculos de su amigo se desperezaban. Sus minúsculas pupilas negras se fijaban en él pero su atención estaba en la periferia. Por eso dejó el plato sobre la mesa deseando «buen provecho» con implícita aunque descarada doble intención y se retiró a hacer la caja;eran horas de escaso trajín. Él le dio las gracias a destiempo.

 

La máquina le rechazó la moneda, que resonó tintineante cayendo en el cajetín de devolución. La muchacha se agachó molesta, chasqueando la lengua. Aunque él no la mirase de frente era el objeto de toda su atención. «Los Hados supo con certeza, y le dedicó un guiño al Eón—, siempre oportunos». Por segunda vez no le aceptó la moneda. Ahí, se llevó las manos a la cintura y dio unos golpecitos con la planta del pie en el suelo sin levantar el talón. Masculló entredientes algún juramento ciertamente enfadada con el aparato. Las circunstancias requirieron de su intervención. Las señales propicias indicaron que el momento lo implicaba.

 

Oportuno.

 

Se levantó. Irguiéndose, antes de acercarse, inclinándose a rescatar la moneda caída.

 

Unos cuantos profetas apocalípticos auguran que un día estos trastos dominarán el mundo bromeó mientras frotaba la moneda contra un lateral de la máquina. Por lo Pronto, de momento, a lo que llegan es a ponerse así de impertinentes.Insertó la moneda en la ranura y la aceptó sin contratiempos—. ¿Qué fumas?.

 

Ella apenas entornó los ojos para mirarle. Con presteza apartó su atención hacialos pulsadores iluminados publicitando las distintas marcas de humo. Presionó sobre uno en concreto y la expendedora la dispensó inmediata. Amagaron al unísono reclinándose a recogerla; él fue más rápido y ella le cedió la galantería.

 

Se fijó en su pálida mano, firme, esperando la entrega de la cajetilla de tabacos que le ofrecía. Subió su escrutinio hacia el antebrazo, que era un campo sembrado de un sutil vello bermejo. Una campiña tintada de azafrán germinada sobre la blancura deslumbrante de una tez impoluta. Paseó la vista sobre su barbilampiña mejilla donde el contraste de colores púrpura y gualdo tomaban intensidad hasta desatarse en desordenados rizos por su cabeza que eran la exaltación de un auténtica tormenta solar: ígneo, incandescente. Tras un breve reposo en su amplia frente nívea y sorteando unas pobladas cejas se sumergió en el profundo de sus ojos como cuencas de cristalinos jameos de pupilas refulgentes cual diminutas gotas de lava que acechan refulgentes en lo profundo, dejándose absorber por la translucidez y experimentando aquella sensación de vértigo; nuevamente.

 

¡Ah! Hola arrancó el paquete de la mano de éste regresándolo del lapsus. Gracias. También por rescatarme de este monstruo infernal—, señaló a la expendedora.

 

 

 

 

 

 

(continuará)

 

  • Autor: liocardo (Offline Offline)
  • Publicado: 14 de octubre de 2025 a las 16:27
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 3
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