A quien encuentre estas palabras:
La ciudad no tiene nombre, parece surgir de la niebla cada amanecer, como si fuese construida por el olvido, las calles se repiten, las puertas cambian de lugar y las ventanas respiran. Hay campanas que suenan sin torre y relojes que marcan horas que no existen.
Caminaba entre muros húmedos, guiado por un rumor antiguo, no buscaba nada, pero algo me buscaba a mí.
Entonces la vi, una puerta estrecha empotrada entre dos casas que parecían inclinarse para escuchar. No recordaba haberla visto antes, pero una voz, una voz que brotó desde el fondo de mi pensamiento, susurró:
«Aquí fuiste creado.»
Empujé la puerta, dentro, el aire olía a cera vieja y barro fresco, había símbolos tallados en las vigas, y en el centro de la habitación, una figura de arcilla, inacabada, dormía con el rostro vuelto hacia la oscuridad. No supe por qué lo hice, pero pronuncié mi nombre, y el barro abrió los ojos.
No era un ser ajeno, era mi propio rostro, limpio de recuerdos, perfecto en su vacío.
La figura se incorporó lentamente y su voz sonó como una plegaria gastada:
«Regresaste tarde, ya casi terminaba de soñarte.»
Intenté hablar, pero las palabras se disolvieron en mi garganta, en ese instante entendí que la figura no era una creación abandonada, sino mi molde original, aquel del que alguien, o algo, me había sacado antes de tiempo. El golem no estaba frente a mí, era lo que había debajo de mí.
Desde esa noche la ciudad cambió.
Las calles parecen reconocerme, las sombras se apartan a mi paso y los muros murmuran fragmentos de oraciones sin nombre. A veces despierto cubierto de polvo, con las manos marcadas por grietas, como si algo dentro de mí tratara de escapar.
Anoche lo vi de nuevo, el ser de arcilla estaba frente al espejo, observando su reflejo con una serenidad terrible, sin mirarme, habló:
«Tú fuiste mi palabra, yo seré tu silencio.»
Entonces comprendí que no hay diferencia entre quien crea y quien es creado, que ambos son máscaras de una misma conciencia, repitiendo el mismo gesto divino en un ciclo sin principio.
Y cuando el amanecer comenzó a borrar los contornos del mundo, sentí que mi piel se reblandecía, que el aire me esculpía, y que una nueva voz, más profunda que la mía, empezaba a pronunciar mi nombre desde dentro del barro.
Con lo que me queda de voz dejo esta carta, tal vez, cuando la niebla vuelva a levantarse, alguien lea estas líneas y recuerde que no toda ceación nace fuera del sueño.
RM
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Autor:
Rafael Medina (
Online)
- Publicado: 14 de octubre de 2025 a las 02:12
- Categoría: Gótico
- Lecturas: 1
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