LAS SAETAS DE CHRONOS III (relato)

liocardo

 

 

 

 

...pero como me debo a mi trabajo me adelantaré a tus apetencias ¿sabes lo que me ibas a pedir? el otro negó despreocupado—. Un pepito especial de la casa.”

 

.../…

 

 

 

¡No! los párpados dejaron desnudas al contraerse por la impresión unas marmóreas esferas inmensas que dieron la impresión de querer desprenderse de sus cuencas—. ¿Con ternera, huevo y verdura de la huerta? la imaginó y se le abrió el apetito como si la boca de un mero salivando como el perro de Pavlov.—. Ante esta retirada por el burladero no tengo nada que objetar se rindió—. Sabes como excusarte con licencia poética. — Mas no sonó a reproche.

 

Claudio atravesó la puerta de la cocina desapareciendo engullido por ésta. La cafetería quedó en un sepulcral silencio.

 

El ausente de la barra se había diluido, probablemente transmutado en una piedra de hielo a la deriva. Rosaura, la camarera, acometía la tarea de reponer la dulcería en el expositor. Hermosa veinteañera; veinticinco, según su perfil. Escultural cuerpo y rostro armonioso y resplandeciente como hechizo de hada. Un cabello azabache en hebras deshilachadas desde el mismísimo corazón del ébano nacía de su cabeza y recogido en un moño que le dejaba al descubierto el cuello de un pálido rosáceo a modo de dos sugerentes montículos entre los que se vertía precipitándose en caída libre por su espalda erguida. De pecho orgulloso; desvaneciéndose de plano sobre las ensenadas de su cintura, donde se balanceaba liberto al compás de sus andares de un extremo al otro de sus torneadas caderas. Tal cuál suya era. «Rosa del aura: Eos. La que nace del amanecer; la de los dedos de rosa». Rememoró los versos de Homero.

 

En el instante en que apuraba el último trago de su caliente cerveza, ella pasó, como sin querer, por delante. Él extendió el brazo cerrando la mano que pareció cazarla al vuelo, fingiendo así llamar su atención con la certeza de que, en ciento sentido, ella tampoco lo perdía de vista. Sus reproches obedecían a que la poetisa lo observaba tonteando con escritoras jóvenes y bonitas. No le hacía desmerecer sabiéndose admirada por un poeta que no le era indiferente; no la incomodaba, sino que, al contrario, la hacía sentir bonita y deseable, y eso le gustaba; cosa que la contrariaba.

 

Se paró con arrojo. Gesticulando un mohín. Lo conocía. En nada le era ajeno. Cuando se le presentaba en el foro como hombre, mujer, pajarillo o gato… siempre lo desenmascaraba. Era un juego divertido entre ambas. Él no se amilanó por su enarbolada actitud. Se las ingeniaba con soltura para esquivar con soltura los embates de los subterfugios femeninos.

 

Me gustaría, si te apetece, que saliéramos cualquier día a pasear por un parque de aromática y floreada vegetación. O ir juntas al cine comiendo palomitas, refrescos y golosinas a ver una película que tú elijas con entusiasmo. O cenar en una terraza junto al mar: las olas lamiendo la costa y las estrellas titilantes reflejándose en tus ojos cristalinos—. No vocalizaba: siseaba en una cadente parsimonia cada sílaba y, emitiendo en una frecuencia casi inaudible, se detectaba un hipnótico cascabeleo—: ya me entiendes: hacer propios todos esos lugares comunes que tanto detestamos en la literatura pueril y prosaica; ser por un rato del montón.

 

Roaura dejó escapar una delicada y presuntuosa carcajada y su mano derecha le acarició la mejilla veloz y suave con una bofetada esgrimida en amparo de su honra.

 

Ya sabes que estoy comprometida: tengo novio vindicó con los labios enfurruñados con lo que pretendía reforzar la taxatividad del pretexto y tratando de no sonreír ante ante la vulnerabilidad de semejante subterfugio.

 

No te he propuesto nada deshonesto se exculpó—. Somos artistas; al menos… aficionados. Nos nutrimos de experiencias vitales rindiendo culto a la existencia y haciendo crónica de las vivencias y observaciones.

 

 

 

 

 

 

(continuará)

 

  • Autor: liocardo (Offline Offline)
  • Publicado: 12 de octubre de 2025 a las 16:56
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 4
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