Hay cosas que no pude decirte desde el principio. Te admiraba, lo confieso. Admiraba tu forma de trabajar, tu carácter fuerte, tu silencio, tu seriedad, esa frialdad que a veces me confundía, pero que me parecía madurez. Te miraba como al hombre que creía que eras.
Tuvimos una relación que en su momento fue hermosa: estable, llena de comprensión, amor, reciprocidad, alegría y emociones desbordadas. Éramos felices, o al menos eso creía yo.
Con el tiempo, la conexión se fue haciendo más profunda, un amor bonito, capaz de sobrevivir a muchas tormentas.
Pero poco a poco profanaste ese amor tan puro. Lo llenaste de mentiras, de engaños, de hipocresía, de deslealtad, de manipulación y de narcisismo. Todo dio un giro inesperado… un amor que creía eterno se volvió una cárcel disfrazada de cariño.
Fui tu reina, pero jamás me diste la corona. Tenías miedo, sentías que al amarme estabas en desventaja.
Y así, sin darte cuenta, empezaste a querer controlarme: cómo vestía, con quién hablaba, a quién saludaba, hasta con quién podía reírme. Me robaste poco a poco mi libertad, esa libertad que yo te había entregado con amor, creyendo que la cuidarías.
Dejé amistades, viajes, momentos… todo para que tú te sintieras cómodo. Y aun así, nada era suficiente. Tu inseguridad se disfrazaba de amor, y tu manipulación se vestía de cuidado. Cuando no accedía a tus caprichos, te victimizabas, y me hacías sentir culpable por querer respirar.
Hasta que un día lo entendí: no era amor, era un juego de poder.
Ese día me sentí prisionera, esclava, ausente de mí misma.
Y fue entonces cuando desperté.
Creí que me amabas, pero cuando nos separamos, supe la verdad. En un abrir y cerrar de ojos, ya tenías otra vida, otro rostro al que le sonreías.
Y ahí vi tu verdadero ser. Fue un golpe, una decepción tan grande que rompió algo en mí.
Me di cuenta de que me había enamorado de una ilusión, de un hombre que solo existía en mi cabeza.
Entonces decidí elegirme.
Elegirme por encima de cualquier herida, serle fiel a mis valores, cuidar el poco amor propio que me quedaba.
Te solté.
Te borré de mis redes, pero sobre todo, te saqué de mi energía.
Hoy lo digo con calma: no eras el hombre fuerte que pensé, sino un cobarde, un pusilánime que no supo luchar por el amor verdadero. Porque solo un cobarde deja morir un amor tan bonito, solo un débil huye en lugar de sanar.
Y aunque dolió, me siento en paz.
Porque yo sí amé, y lo hice con el alma.
Porque yo sí fui leal, sincera y transparente.
Y tú… tú fuiste la decepción más grande, pero también la lección más valiosa.
Te perdono, no por ti, sino por mí.
Porque sé que la vida ya está haciéndote sentir el peso de tus acciones, y aunque no me alegra verte caer, tampoco me duele.
Me da pena, sí… porque lo que estás viviendo ahora es exactamente lo que me hiciste vivir.
Yo ya no cargo con rencor.
Solo guardo la paz de haber dado lo mejor de mí.
Te bendigo, porque sé que lo vas a necesitar.
Y sigo mi camino… más libre, más fuerte, más mía.
-
Autor:
Patricia Rosario (
Offline)
- Publicado: 12 de octubre de 2025 a las 05:30
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.