Quiero quererte sin miedo a que me rompas,
sin blindajes, sin reservas, como quien se lanza
al abismo con los ojos abiertos y
el alma desnuda.
Te dedicaría el universo entero,
no por grande, sino porque contigo
fue la única vez que no dudé de lo que sentía,
como si el cosmos se ordenara
al ritmo de tu respiración.
Me enamoré de cada cosa insignificante de ti,
de tus gestos torpes, de tus silencios mal ubicados,
de tus letras maltrechas que parecían escritas por
un dios distraído.
Tu carne, esa carne masculina,
no era solo cuerpo: era templo,
era frontera, era la geografía
donde aprendí a ser peregrina.
Y aunque el miedo me susurra
que podrías romperme, yo elijo el riesgo,
porque prefiero quebrarme
en tus manos que endurecerme
lejos de ti.
Solo un beso más
Dame solo un beso más,
uno que me alcance hasta morir,
que me atraviese la carne y el alma,
que me funda contigo como el
fuego con la llama.
Dale la oportunidad a ella de llenarse de celos,
de ver en mis ojos el reflejo de lo que fue tuyo,
de lo que aún arde en mí
como un sol que no se apaga.
Tus lunares eran mis estrellas,
constelaciones íntimas que guiaban mis noches
perdidas, y entre tanto caos en el mundo,
qué milagro fue coincidir contigo,
qué prodigio fue encontrarte en medio del ruido.
Pero aún deseo seguir coincidiendo,
seguir tropezando contigo como quien tropieza
con su destino,
como quien cae en el abismo y
decide quedarse.
Quiero sumergirme profundamente en ti,
en tu historia, en tu sombra,
en todo aquello que significa ser tú: tu voz, tu rabia,
tu ternura, tu forma de mirar el mundo
como si fuera tuyo.
Juro —con la sangre, con la piel,
con la memoria que no olvida—
que amo cada maldito átomo de tu preciosa existencia,
como se ama lo que duele,
como se ama lo que salva.
Quiero poder ser caníbal y
expresarte mi amor de la manera más pura,
no con palabras,
sino con la ceremonia de devorarte,
de tenerte en mis entrañas
como quien guarda un dios caído en
el altar de su cuerpo.
Quiero poner en mi pecho tu nombre,
tatuado con fuego, y salir desnuda,
como una profeta sin templo,
a que me aclamen por haber sido solo tuya,
por haberme convertido en reliquia de tu amor.
Quiero tener tu sangre en mi vientre,
y que ese hijo —mitad tú, mitad herida—
sea el remordimiento encarnado de esa viuda
que dice amarte,
que te abraza sin saber que yo aún te habito.
Quiero amarte como un amo a su esclavo,
como quien domina sin cadenas,
como quien se entrega en la paradoja del
poder compartido.
Que sin saberlo, ya nos estábamos casando
en la huelga de los cuerpos,
en la rebelión de las almas,
en el santo matrimonio de dos condenas
que se reconocen.
Amor, me sigues doliendo,
como un hueso que no sana,
como un eco que no cesa.
En este poema, no solo me enseñaste a ser yo,
me enseñaste a roer tu carne,
a morder tu ausencia,
a hacer del dolor una forma de pertenencia.
Entre más desesperadas mis
fantasías hacia ti,
más se incendiaban los límites entre el cuerpo y el alma.
Entre más el calor y la tensión me envolvían,
más comprendía que el deseo
no era solo carne, sino una forma de fe.
Todas esas filias e istas,
todos esos impulsos que alguna vez creí míos,
el anhelo de ser tratada como una prostituta
de esquina, como objeto,
como rito, como desahogo,
se desvanecieron contigo,
como humo que reconoce el viento.
Y el término “coger” —tan crudo, tan inmediato—
se convirtió en “hacer el amor”,
no por corrección, sino porque contigo
el acto dejó de ser acto y se volvió presencia.
Simplemente era inexplicable,
como si tu existencia tocara las fibras más ocultas de mi deseo,
aunque no hayas rozado ni un centímetro de mi piel.
Porque hay cuerpos que se aman sin contacto,
como almas que se reconocen
en el silencio.
Aun así, supe que contigo era distinto.
Ni siquiera el sexo —si lo hubiésemos hecho—
habría alcanzado la magnitud
de lo que ya ardía entre nosotros.
Porque lo carnal no siempre se mide en piel,
sino en la profundidad del alma
que se entrega sin tocarse.
Siempre me pregunté si entenderías mis analogías,
si descifrarías este deseo caníbal de convertirme
en ti, de vivir en tu carne como
huésped sagrado, como sombra que no se exorciza.
Ver entre tus ojos, sentirme presa dentro tuyo,
como quien se encierra en su templo y
jura no salir jamás.
Porque si estoy dentro de ti,
jamás me abandonarías.
Sería parte de tu sangre, de tu médula,
de tu respiración.
A veces, me gustaría ser tan pequeña
como un llavero, quedarme pendiente
en tus bolsillos, colgada de tu cintura,
mordiendo y arañando a toda fémina que
se te acerque, como un talismán celoso,
como un relicario que protege lo que fue mío.
Porque el amor, cuando se vuelve hambre,
ya no se conforma con abrazar:
quiere habitar, quiere poseer,
quiere fundirse hasta que no haya frontera
entre tú y yo.
Este poema no tiene más que deseos carnales
y pasión olvidada convertidas en lo más puro,
como si Eros y Ágape se hubiesen fundido
en un solo cuerpo, en un solo grito,
en un solo altar.
Un amor divino, nacido del barro y
la sangre, que trasciende mi alma para
entregártelo en papel,
un papel que al tocarte se quema,
porque tú eres incendio, y yo soy yesca.
Arden mis sentimientos hechos
de la más pura combustible,
no de palabras, sino de entrañas,
de vísceras que te nombran cuando el
mundo calla.
Aun así, sigo siendo polvo,
pero polvo sagrado, polvo que recuerda tu tacto,
polvo que no se disipa, polvo que renace.
Estoy lista para arder
otros siete meses contigo,
como quien acepta el sacrificio,
como quien se ofrece al fuego
sin pedir misericordia.
¡Déjame, amado mío!
¡Déjame arder contigo!
No me salves, no me apagues, no me enfríes.
Porque si el amor es llama,
yo quiero ser ceniza,
yo quiero ser humo,
yo quiero ser el último aliento
que se escapa de tu boca
cuando pronuncias mi nombre.
-
Autor:
Hora celeste (Seudónimo) (
Online)
- Publicado: 11 de octubre de 2025 a las 20:01
- Comentario del autor sobre el poema: Quiero clavar mis colmillos en tu carne albina..
- Categoría: Amor
- Lecturas: 1
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.