Boxeador

Zoily Anamilé De la Cruz Zuna

Tú y yo, (no)s(otros),

¿entiendes?

Idílico: placer ideal,

bienestar que se disfraza de eternidad.

Pero Roma, es ruina escrita al revés.

Y si no cambias, todo se repite.

 

Golpeas como boxeador,

pero no con puños, sino con recuerdos,

con promesas que no se cumplen y

caricias que duelen.

 

Yo esquivo, pero también recibo.

Porque en este ring, el amor es combate,

y el silencio, el nocaut final.

 

Miedo. Mientras sienta la miel de tus labios,

me miento cuando sea necesario,

me convenzo de que puedo ser más de tu agrado,

de que si sonrío justo como te gusta,

jamás te irás de mi lado.

 

Eres mío. Ya te mordí,

ya te marqué

como hacen los boxeadores cuando

rozan la piel del rival y saben que ese golpe

no fue para ganar,

sino para quedarse.

 

Me enamoré. Me encantas.

Pero no haré nada al respecto,

porque tú dijiste que me quede, y yo,

como buena perdedora,

me quedé.

 

¿Qué culpa tiene el amor si la tonta soy yo?

Si el ring está vacío y yo sigo lanzando golpes al aire,

esperando que alguno te roce.

 

¿Cuál es tu sueño?,

me preguntaste.

Un beso bajo la lluvia, dijiste.

¿Y el mío?

Que empiece a llover ya, que se inunde el ring,

que se ahogue el miedo,

que se lave esta sangre que no es de pelea,

 sino de entrega.

 

Porque en este combate, yo no quiero ganar.

Quiero quedarme, aunque me duela,

aunque me mienta, aunque el árbitro

sea el silencio y el público, mi propia conciencia.

 

Estoy hecha un nudo, un nudo de carne,

de deseo, de miedo. ¿Me desnudas?

No el cuerpo, la virginidad del alma,

lo único que me queda intacto.

 

Ah, te amo como nunca antes amé,

como si el tiempo se doblara y cada segundo fuera

24 horas de ti en mí.

 

Que exista conexión no significa relación,

pero yo te amo porque sí y también porque no,

porque a causa de ti ya no sé qué

es causa y qué es efecto.

 

Finalmente me dormí hablándome de ti,

como quien se arrulla con su propia obsesión,

como quien se acuesta con el fantasma que eligió amar.

 

Estoy demasiado ocupada

sintiéndome tuya como para enamorarme de

alguien más.

No hay espacio, no hay aire,

no hay otra voz que me habite.

 

Estoy sentada en silencio,

pero pensándote en gritos,

como si el alma tuviera altavoces y

tú fueras la única frecuencia que resuena.

 

Ya no hay campana que nos salve,

solo el silencio que nos une, como dos púgiles

exhaustos que se abrazan en vez de golpear.

 

Me dejé ganar, porque perderte dolía más

que cualquier golpe en la mandíbula del alma.

 

Cada beso fue un uppercut,

cada caricia un gancho al corazón,

nos amamos como se pelea: con técnica, con rabia, con fe.

 

Me entrené para resistir tus ausencias,

como quien se prepara para perder,

como quien sabe que el amor también se mide en

resistencia.

 

Mis costillas aún guardan tus abrazos

como fracturas dulces, como heridas que no quiero sanar.

 

Mi piel es lona, y tú dejaste tu firma en cada esquina,

como un campeón que no se olvida,

como un recuerdo que no se borra.

 

Me quité los guantes, me abrí el pecho, y

te dije: golpea donde quieras,

porque ya no me defiendo, ya no me escondo.

 

No vine a ganar, vine a quedarme,

a ser parte de tu historia, aunque sea como derrota.

 

Y cuando empezó a llover,

no hubo más rounds, solo labios, solo tregua,

solo amor sin defensa.

 

La lluvia nos lavó el sudor,

pero no el amor, porque el amor, como el boxeo,

se aprende golpe a golpe,

y tú fuiste mi maestro, mi rival, mi final.

Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos




Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.