¡Oh, Noche que enciende el rojo carmín de la falda!
bajo el domo febril de la discoteca en flor.
Tu cuerpo, cántaro de mármol que en sí guarda
el néctar prohibido de un subrepticio ardor.
La orquesta gime un vals lánguido y ardiente,
al girar, tu cadera —¡un péndulo de deseo!—
rocía mi espíritu con polvo de incienso demente,
mi mano temblaba por tocar tu plateado aleteo.
En el círculo mágico donde éramos solo nosotros,
los aplausos eran el pulso que espoleaba el instante.
Tu pecho jadeaba; tu mirada, dos cirios ignotos,
buscaba mi boca en un rito de fauno delirante.
Nos ceñimos más y más, carne contra carne,
un adagio sensual que el pudor no podía ya vedar.
Sentía tu aliento de rosa que se esparce
en el aire cargado que nos invitaba a pecar.
Pero... ¡oh, cruel barrera! Tras el terciopelo oscuro,
la sombra del anillo —de mi vida y de la tuya—
nos recordaba el destino, el futuro duro,
que esta pasión efímera y profana destruya.
Era el deleite mudo de almas que saben su culpa,
un roce que era todo, y que no sería jamás.
El éxtasis breve que el alma no indulta,
el fuego en la sangre que clama por más y más…
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Autor:
Leoness (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 8 de octubre de 2025 a las 09:18
- Categoría: Amor
- Lecturas: 12
- Usuarios favoritos de este poema: Alexandra I, Lualpri, Mauro Enrique Lopez Z., WandaAngel
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