En la Feria de Abril, bajo el celeste palio,
donde el vino de Jerez tornaba la tarde en áureo rito,
mis ojos vieron una forma de mármol y de lirio
cuyo porte evocaba a Venus o a Diana de los efesios.
En el efímero Edén de oropel y de terciopelo,
eras, joven amiga, un ánfora de gracia y de candor:
tu falda, rojo capuz, era la flor del fuego,
y el clavel en tu sien, divinidad del sol.
No una ninfa de Chipre, sino el alma de un mito andaluz,
con el garbo gitano de un pavo real en el baile;
y al son de las guitarras, de trémulo albor,
me dijiste con voz de seda y de claro azul:
«Danza conmigo, oh, peregrino de la torre bizarra,
que la vida es un instante, y la amistad, el oro que se da».
Y en el ruedo de la tabla, con un desdén que inflama,
tu tacón era el ritmo, y tu espíritu, la mar.
Oh, sinestesia de un momento ebúrneo y jovial,
donde la gracia olía a jazmín y a sal en tu atrevido giro.
Tu belleza, sensual y vivaz, cual vino antiguo y real,
era un cisne que boga sobre un divino suspiro.
Y aún hoy, que los faroles de la fiesta están mudos,
y el tiempo, ese fauno cruel, sujeta con sus lazos,
persiste el noble don de aquellos fraternos nudos,
tu amistad me ilumina con sus largos y cristalinos brazos.
¡Que el divino arte nunca cese tu ardor!
-
Autor:
Leoness (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 7 de octubre de 2025 a las 16:12
- Categoría: Amor
- Lecturas: 9
- Usuarios favoritos de este poema: Lualpri, Mauro Enrique Lopez Z.

Offline)
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.