Siglos de siglos que el bosque entierra
pie y se somete al pájaro.
La reja rodea al árbol para que sea
feria de ciudad, entrecejo embrutecido,
disparate de brisa que eleva del párpado
la hoja sensata que roza y marca
como un cuchillo de alabastro la ausencia
de banco y pecho donde amar.
Están muertos los bosques más allá de las rejas,
entre parados y accidentados transeúntes
que desgranan el verde junquillo para ligar
un cigarro que someta pena.
Remanso de sombras y seres anquilosados
por la humedad. Savia prematura,
reproducción ingenua de uno más
en la alcantarilla donde abundan residuos
de la pasmosa barbarie que aún lloro,
y eso que vino conmigo Manuela Malasaña,
me corta los pelos en tres, me zurce al antojo.
Vengo de caminar Madrid, agradecida
frente a mi árbol en El Retiro
abandono el ciclo, el fin de cuentas,
el atroz bosque de encierros acecha.
Te digo, no soy la misma, la vejez tumba
bajo lluvia, el parque, el árbol son míos,
a la gente se la tragó la tierra.
Duro ha de ser el aguacero
para lavar deudas
cuando añejo entre retoños que ignoran
la remota Asia o este dolor
que quema en el vientre
y puede ser raíz partida
accidente en la corteza o
mutilación del jardinero
que me taló la campanilla
dejándome madera hueca.
No estoy presta a quitar malas hierbas
ahora las siembro en la terraza
y cuelgan en los ojos de la vecina
que se arruina en primorosos
pensamientos morados,
al menos,
si abro el techo caerá la gotera
en mi sexo,
seca el arbustillo
que te parió malnacido pedúnculo
que ha mamado de mi seno.
Con la entrepierna mojada, el bosque
ofrece menos resistencia a cuatro
hombres de hacha que embellecen
la simetría en el punto fatal donde crece el ala.
Alguna bala perdida atravesó el tronco,
lo hubiese amputado con brutalidad de reina,
pero el vegetal ha creado cuerpo y resguarda
esa herida por donde respira su interior.
Estuve sedentaria tratando de perderme
en el lindero de sauces
dormí en el borde de El Prado pensando
en la blanquísima mano de la virgen,
en el trazo que me devolviera la sonrisa
sin pasar por el temido dentista que saca, golpea,
hunde el cráneo para dejar prueba de felicidad.
Desde el instante en que escuché el rayo
supe que mataría al verde
alguna gloria hay en caer fulminado
atraer el fuego a la copa, abandonarse,
para mostrar muerte al público entusiasmado de
cada suceso inútil, fortuito, rápido olvidado.
El poeta febril, perfecto desconocido
podrá usarlo en la estantería.
-Lo que uno es, lo que uno tiene,
lo que representa, Schopenhauer-
es el fracaso, ningún pedazo sirve,
ninguno porta palabra
cuando detiene el cauce.
Es cuestión de estiércol,
de liberación lenta,
varios meses de sopor
hasta el desprendimiento del hueso.
La vanidad corretea
cuando creen vender
instrucciones para el mundo,
partes meteorológicos para barcos
que desean hundir carga,
partir ligeros, ser flotilla de olas
y sangrar en la costa donde es imposible
sortear al arrecife, la vigilia
amorosa de rocas
gana batalla.
La tala dura poco.
El dolor del cedro da paso a la luz
sobre la cabeza del hombre que
me observa en espectadora ausente,
sé de agonías y modero el derrumbe
con buena dosis de tristeza y fatalidad
bajo gritos de espanto masticados
como si fueran piedras.
Me rompo y parto en dos con la misma facilidad
que en un segundo golpea la rama
cuando avista a una tonta.
El árbol peca de tolerancia,
cansado de furias ha vencido,
se autoriza el suicidio.
Abomina modificar rutina;
estoy frente a envidiosos,
donde fui llevé encierro
y mi cabeza cantaba al árbol de El Retiro.
Moriré bajo drogas
que no silencian el rumor de árbol,
espantada de partir,
ausente.
Siempre en la mala plaza,
donde no podía entrar
traje, collar, yate, piscina
comiendo pan de ayer,
sudando bajo el techo,
pero conservo nítidos los días bajo su fronda
el peor de ellos abrazada al tronco
cuando él partió y supe de amor
recorrida incesantemente por hormigas
que desde la rojiza tierra y el manto de helechos
me acariciaban el cráneo, o quizás dejaban textos
que por ignorante no puedo traducir.
Hagamos con los Hombres como si estuviesen
en un partido de fútbol, caigamos
en el buscado azafrán de España,
el azafrán silvestre perdido
donde se esconde el perro e imagino
que se ha puesto muy verde,
verdísima la plaza.
en La costurera de Malasaña, Editions Hoy no he visto el paraíso,2009
" He de tomar consejo de todos, la fibra rota, el paño ligero para confeccionar el lienzo que me arropará la eternidad. "
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Autor:
Margarita García Alonso (
Offline)
- Publicado: 3 de octubre de 2025 a las 10:11
- Categoría: Espiritual
- Lecturas: 1
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