El deseo de huir es un animal con garras

no.corre

Ellos aparecen en sus fotos como astros que no saben que brillan:

la luz de sus risas moja las paredes de mi cuarto
y yo las miro, quieta,
como quien observa un incendio al otro lado de un río.
Hablan de sus clases,
de las cafeterías junto al campus,
de la primera vez que se sintieron adultos;
yo escucho, y mi nombre no aparece en ninguna oración.
Hubo un día en que pude elegir.
Pude caminar hacia el sol,
pude ir con ellos,
pero escogí el peso de mi casa sobre los hombros.
Elegí quedarme.
Esa elección es una llave oxidada que ahora llevo en la garganta,
me raspa cada vez que respiro.
Yo no quería un título colgado en la pared,
solo quería estar entre ellos,
formar parte de ese ruido que da calor.
Pero el ruido se alejó,
y el silencio se quedó a vivir conmigo.
La pantalla es mi ventana falsa:
desde ahí doy “me gusta” a las vidas que no tendré,
a los gestos que me excluyen.
No soy su amiga,
soy el parpadeo azul que aplaude en silencio.
Cada tarde el deseo de huir despierta en mi pecho:
es un animal con garras,
rasga el aire,
me pide que abra la puerta y corra,
correr hasta que el paisaje me borre el rostro,
correr hasta que mi madre no pueda llamarme,
hasta que mis hermanos sean apenas un recuerdo deshilachado.
Pero entonces escucho los pasos de mi madre,
veo las manos de mis hermanos aferradas a los bordes de la casa
como si de ellos dependiera que no se desplome el techo,
y comprendo que si me voy,
todo se vendrá abajo.
Así que permanezco.
Permanezco como un clavo torcido que sostiene una viga.
Permanezco aunque la idea de correr me desgarre los talones.
Permanezco aunque los días me pasen por encima
y me reduzcan a la sombra de una muchacha que alguna vez soñó con huir.
A veces imagino incendiar mi nombre,
verlo arder en medio de la calle,
correr descalza hasta que el aire sea un puñal dulce en mis pulmones.
Pero solo lo imagino.
Luego barro los restos del sueño y sigo lavando los platos,
como si de mi obediencia dependiera el equilibrio del mundo.
Nadie lo nota.
Nadie sospecha que la risa que dejo caer en los mensajes
es solo un velo sobre la grieta que se abre en mi pecho.
Nadie sabe que mientras sonrío a la pantalla
hay una voz en mi cabeza que repite:
corre ahora, no mires atrás, no vuelvas jamás.
Y sin embargo, no corro.
Me quedo quieta,
porque en el fondo sé que este cuarto es mi jaula y mi deber,
y que afuera no hay promesa que valga el abandono.
Así pasan los días:
yo, mirando las fotos donde no existo,
ellos, mirando al futuro que nunca tocaré.
Entre ambos mundos solo hay un cristal:
el cristal frío de esta pantalla
y mi reflejo que se pregunta cada noche
si todavía late.

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Comentarios +

Comentarios1

  • no.corre

    Algo que quise escribir después de 3 años de bloqueo



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