Venda de amor

Leoness

No era ciego el amor, no; es un cirujano experto

que me cose los párpados con hilos de deseo incierto,

en una venda de humo malva, tejida con la risa

de relojes fundidos y sueños sin sonrisa.

 

Los resquicios son violines desafinados en la pared,

donde unas ingrávidas  arañas tejen una frágil red,

los defectos, caracoles de obsidiana que se arrastran

por un lienzo invisible, mientras las horas pasan.

 

Las insinuaciones peces de neón nadando en la alfombra,

sus bocas mudas gritan en una danza que me asombra,

luces ambarinas parpadean, cual uvas en un pastel,

que se esfuma en la bruma de un pensamiento cruel.

 

Dudé de la fuerza del sentimiento, un elixir de ámbar,

como un herrero cósmico que las fisuras va a soldar,

con martillos de plumas y yunques de algodón,

apagará las alarmas, de aquel triste acordeón.

 

A mi  amor, le extendí una copa de rocío,

donde flotaban burbujas de un olvido baldío,

vendaba su alma con un rayo de luna rota,

en  teatro onírico donde la verdad ya no denota.

 

Somos maniquíes danzando bajo un sol de papel,

los corazones de cera, se disuelven como la miel.

La venda es un espejo que solo refleja fronteras,

un jardín sin raíces donde solo habitan adormideras.

 

Hasta que el cuadro respira, y el muro, una acuarela,

desgarra en mil fragmentos, revelando la estela

de un ojo que parpadea, un ocelo que no aprecia color;

la ceguera no era amor, era solo un absurdo escozor.

 

¡Los violines desafinaron en sacrificio a la ética de la evasión!

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