Canto a La Musa Curvilínea

Tu cuerpo, mujer, es un lienzo de la historia,

donde el deseo ancestral dejó su huella,

la ¨Venus paleolítica¨, sin disculpa ni escoria,

fue el primer arte que mi mirada sella.

No importa el siglo, la moda ni el capricho,

hay un instinto en el hombre que no miente,

tu silueta rotunda, sin recato ni entredicho,

es manantial que lo atrae poderosamente.

Porque eres cosecha abundante, tierra fértil y rica,

símbolo claro del festín y la paz,

un puerto seguro donde el alma se ubica,

un fuego que arde sin buscar antifaz.

Yo, hombre te miro con gozo y sin reparo,

viendo en tus curvas el mapa del Edén,

la envidia femenina, con su juicio amargo y caro,

se esconde en la crítica, en el frágil desdén.

Hay quien te tacha de exceso, norma rota y extraña,

y en el reflejo busca un hueco para huir;

te rechazan por miedo a la verdad que desentraña

la fuerza indomable de quien sabe existir.

Más su crítica es solo un velo tenue y vano,

una inseguridad vestida de razón,

pues en tu gracia ven el poder soberano

que desmantela cualquier imposición.

Tu cuerpo es templo, no jaula ni condena,

es la promesa de un abrazo sin fin,

a tus tallas grandes no son carga ni cadena,

son el tesoro del dorado jazmín.

Eres la prueba de que la belleza no se mide,

se siente y se celebra con pasión,

que el rechazo se ahogue, que el deseo te pida,

pues tú eres la musa que me quiebra el listón.

Me encantas porque eres real, tangible, entera,

un festín para el tacto y para el ojo audaz,

Y así seguirás, eterna y verdadera,

siendo el ancla firme que al deseo da solaz.

¡Solo te sobra amor, mi amor!