En las sendas del alma, un sosiego me asalta,
la muerte, ya no me espanta, es una puerta
que se abre al fin del largo peregrinaje.
No temo al silencio ni al frío del olvido,
pues mi memoria ya está poblada de un solo nombre.
Tendría más que temer, el verdadero abismo,
si en el umbral del cielo, una voz solemne me anunciara:
"Has de volver a nacer".
Y es que mi ser entero está atado a la luz de tu presencia.
En el despertar, con los primeros rayos de la mañana,
el primer pensamiento es tu rostro, tu risa, tu voz.
Recorro el día con tu imagen grabada en mis pupilas,
en cada tarea, en cada encuentro, en el bullicio,
siempre estás tú, la melodía de mi amanecer,
la razón por la que mi corazón late un poco más deprisa.
Cuando el sol se despide y la tarde se tiñe de melancolía,
en el instante que el mundo parece detenerse,
es tu recuerdo el que me acompaña.
Busco en las sombras la silueta de tus manos,
en la brisa la caricia de tu aliento.
En la quietud de la tarde, mi alma te busca,
y cada suspiro es un eco de tu nombre.
Y en lo más profundo de la noche, cuando el silencio es rey,
es tu nombre el que murmura mi insomnio.
En la oscuridad, tu imagen es mi estrella guía.
Sueño contigo, o te busco en la quietud de mis pensamientos,
porque en cada rincón, mi mente y mi corazón
no conocen otro nombre, no tienen otro dueño que tú.
Por eso, morir es un descanso, un apacible final.
Pero volver a nacer sin tu amor, sin tu presencia,
eso sería el más cruel de los castigos,
un eco vacío en un universo sin sentido,
una vida sin razón de ser, sin mi todo, que eres tú.
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Autor:
José Matamoros (
Offline)
- Publicado: 28 de septiembre de 2025 a las 01:05
- Comentario del autor sobre el poema:
- Categoría: Triste
- Lecturas: 11
- Usuarios favoritos de este poema: Salvador Santoyo Sánchez, Mauro Enrique Lopez Z.
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