Quince minutos
No soñaba con ser visto.
Caminaba en la penumbra,
como quien guarda sus batallas
en un rincón sin memoria.
Pero ese día,
la sangre habló primero,
y mis manos respondieron con furia.
Defendí lo que era mío,
y la justicia se vistió con mi violencia.
Después vinieron las luces.
Los periodistas me arrancaban frases
como si yo fuera profeta del golpe.
Extraños me ofrecían dinero,
como si la herida se midiera en billetes.
Algunos me llamaban héroe,
otros, criminal.
Yo.
Apenas hombre.
Recuerdo la fiesta improvisada:
música, abrazos,
rostros que jamás había visto
celebrando mi nombre como un trofeo.
Yo bebía en silencio,
con la culpa sentada a mi lado,
huésped implacable.
Fue entonces cuando la vi.
No preguntó por qué,
no pidió detalles,
ni colgó medallas de humo.
Me habló como si me conociera
antes de que el mundo me hiciera espectáculo.
Y su voz fue la primera en devolverme
al territorio humano.
Hoy, cuando pienso en aquellos quince minutos,
no veo gloria,
no escucho vítores,
no recuerdo titulares.
Veo mi rostro en el espejo,
las cicatrices que no salen en la prensa,
y ese instante extraño donde fui,
sin pedirlo,
la sombra más iluminada de la ciudad.
Y aprendí que la fama no es corona:
es un cuchillo prestado,
que brilla lo justo para recordarte
que la herida es tuya para siempre.
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Autor:
Wii (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 28 de septiembre de 2025 a las 00:09
- CategorÃa: Reflexión
- Lecturas: 14
- Usuarios favoritos de este poema: JUSTO ALDÚ, alicia perez hernandez, Mauro Enrique Lopez Z.
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