ARACNOFILIA

Lourdes Aguilar


AVISO DE AUSENCIA DE Lourdes Aguilar
En cada oportunidad que se presente estaré con ustedes
Mientras haya vida habrá poesía

Me ha ocurrido desde que tengo memoria: hay gente que tiene una capacidad enigmática para calmar niños berrinchudos, animales agresivos, pájaros esquivos o reptiles peligrosos como si poseyeran un imán o una sintonía que resuena en lo íntimo de determinadas especies. Es algo sorprendente ver cómo los berridos de un bebé se calman instantáneamente en los brazos de algún perfecto desconocido hasta quedarse plácidamente dormido , igualmente sucede con feroces cánidos, ariscos felinos, potros indomables, etc. que se comportan como dóciles mascotas al acercarse el poseedor de tan singular don de amansa bestias; lo mismo me ocurre a mi... solo que con arañas y eso fue un verdadero martirio para mis padres porque ¿qué progenitor no se alarmaría de ver todos los días en la cuna de su retoño una peluda y oscura araña plácidamente velando a un costado de la almohada donde descansa su criatura? Los pobres fumigaban y limpiaban todos los días a conciencia, hasta consultaron con curanderos pensando que eran víctimas de algún conjuro, pero no hubo remedio que me librara completamente de los arácnidos, yo los atraía reconocerlo y si no me percaté desde el inicio fue en buena medida a causa de los prejuicios que cualquier progenitor tiene por ese tipo de insectos, mi madre procuraba tener la modesta casa limpia y ordenada, pero mis amiguitos no colaboraban y muchos perdieron su frágil vida a causa de las constantes fumigaciones, barrido de telarañas y enérgicos zapatazos que recibían en su empeño por acercarse a mí.    

    Creo que mi primer encuentro consciente fue a los tres años: era de noche y llovía con truenos que iluminaban el cuarto a través de la ventana de mi cuarto, yo miraba la pared cuando fui distinguiendo entre relámpago y relámpago una pequeña sombra que se  movía rodeando la pared, acercándose poco a poco a mi cama y eso me inquietaba pues había presenciado el nerviosismo de mi madre cada vez que descubría una araña y eso es un reflejo que se aprende en automático, además los relámpagos le conferían un aire tenebroso a su presencia, solo atiné a cubrirme con las sábanas sin poder gritar para pedir ayuda, mientras sentía claramente cómo la araña se acercaba, casi podía sentir el roce de sus seis patas peludas y flacas mientras avanzaba, me la imaginaba ya subiendo sobre el bulto que era yo bajo las sábanas, mirándome curiosamente con sus ojos, poco...poco a poco, buscando una rendija, un escondite, la lluvia caía pero yo intuía sus movimientos, recorriendo mi aterido cuerpo, escuchado a mi madre repetir una y otra vez lo asquerosas que eran esas alimañas,  vulgares representantes de la decadencia y la maldad, lo dolorosa que podían ser sus picaduras, y por lo tanto yo me lo creía ciegamente, pero en algún momento el calor de las cobijas y el cansancio pudieron más que mi miedo y me quedé dormido. Al amanecer había olvidado mis temores de la noche anterior, pero al retirar las sábanas vi, con una mezcla de asco y pena en cuerpo estampado de la araña en ellas, justo donde había posado las nalgas, lo cual indicaba que al acomodarme la había aplastado y eso me demostraba que ciertamente no eran tan monstruosas como yo creía, de hecho, eran bastante frágiles y no tenía de qué preocuparme. 

  Desde entonces las vi como parte del paisaje y a pesar de su pequeñez podía percibirlas aunque me resultaran indiferentes, yo hacía mi vida normal de humano y a ellas que las siguieran fumigando, barriendo o dándole zapatazos; pero todo cambió para mi cuando siendo ya adolescente me dirigí a la cocina para beber agua, mi madre se hallaba cocinando y yo observé en el piso junto a la puerta una magnífica tarántula mirándome con fijeza, sin pensarlo dije: “ahí hay una tarántula” no pretendía acusarla ni aquella frase iba dirigida a mi madre, pero ella giró bruscamente sobresaltada y una vez localizado al animal tomó una botella de ron medio consumida, un encendedor y en un rápido movimiento mojó a la tarántula y le prendió fuego ante mi mirada atónita, me sentí terriblemente culpable por haberla delatado, la vi saltar desesperada envuelta en llamas mientras crepitaba por toda la cocina, recordé entonces las historias de brujas quemadas en la hoguera, acusadas injustamente en innumerables ocasiones, seres incomprendidos víctimas de prejuicios y aunque parezca ridícula la analogía sentí por primera vez compasión ¿acaso no eran también criaturas vivas y sensibles? ¿qué mal hacía dicha tarántula posada en el piso de una cocina? ¿acaso me esperaba? ¿acaso merecía tan trágico final? Tuve pesadillas esa noche, en ellas la tarántula corría hecha una tea por toda la casa prendiendo todo a su paso hasta ocasionar un colosal incendio y yo huía saltando desde una ventana, pero al tratar de incorporarme veía con pavor que se me habían desarrollado dos pares más de brazos, mi abdomen se hinchaba y todo yo me cubría de finos pelillos negros, desperté gritando y sudando copiosamente. 

No pasó mucho tiempo, unos compañeros de mi salón pretendieron hacerme una broma: nos metimos a explorar una casa abandonada cerca de la escuela, la barda era baja y la rodeamos a través de hierbas crecidas hasta la puerta trasera que descubrimos sin seguro y por la cual nos introducimos; la casa era grande pero ya había sido vandalizada, solo quedaba polvo, basura y, por supuesto telarañas, en una de las habitaciones había un closet de madera antigua, el cual se cerraba con un pasador frontal, mis compañeros me pidieron que revisara si quedaba algo interesante en él y yo cándidamente entré tan solo para que ellos me dejaran encerrado en él, a oscuras e incómodo mientras se alejaban riendo quién sabe por cuánto tiempo, mi primer impulso fue insultarlos a ellos y a toda su progenie femenina, sin embargo, en la oscuridad descubrí dos puntitos minúsculos a corta distancia de mi rostro que atrajeron mi atención: eran dos minúsculos ojos mirándome con curiosidad y  tuve la certeza de que pertenecían a algún arácnido. 

 No los había tenido tan cerca y en aquella intimidad por fin supe que algo teníamos en común, que podía establecer una comunicación con esa especie, una comprensión absurda pero real entre especies tan abismalmente distintas, al principio me molestó ¿por qué con ellas? ¿no era más normal y noble establecer contacto con un animal mucho común y útil? ¿qué clase de beneficio podía retribuirme este tipo de relación? Pero por más enojo que tuviera ese par de ojos me tranquilizaban, otro en mi caso estuviera golpeando inútilmente la puerta o vociferando hasta quedar ronco, entonces tuve una idea, o tal vez una inspiración derivada de tan fortuito encuentro, escuché los pasos de mis compañeros, seguramente extrañados de que no hubiese yo proferido ni un grito, preocupados tal vez por mi silencio, así que, me dejé caer lentamente como simulando haber sufrido un desmayo, la araña por su parte decidió colaborar con la farsa acomodándose en mi cuello. Al abrir la puerta puede escuchar las exclamaciones de preocupación de mis compañeros, la araña se refugió en la oscuridad mientras los chicos me sacudían, buscaban mi pulso, intentaban reanimarme, me revisaban tratando de encontrar la mordida fatal notoriamente asustados mientras yo disfrutaba dejándome manosear, uno sugirió llamar a la ambulancia, otro que mejor me abandonaran, el tercero se puso a llorar sobre mi pidiéndome perdón, entonces decidí terminar mi actuación soltando coscorrones al que osó proponer mi abandono y de paso gritándoles que la próxima vez fueran a encerrar a sus distinguidas madres, no esperé que reaccionaran completamente, tomé mis cosas y salí dando zancadas y azotes pero internamente contento de haber consumado mi venganza. 

El suceso que marcó para siempre mi relación con las arañas ocurrió precisamente en mi primera cita romántica seria, previo a eso me había acostumbrado ya a verlas deambular y tejer alguna telaraña en los rincones de mi habitación y ni siquiera me preocupaba si alguna había buscado el calor de mis sábanas antes de acostarme; el caso es que a mis veinte años cumplidos me cité con una joven encantadora para realizar un paseo en bote en cierta laguna de la localidad una tarde agradable, con nubes arreboladas de fondo, ella lucía su esbelto cuerpo con unos pantalones entallados, blusa escotada y sandalias, su cabello lacio recogido en un moño, me había gustado desde que entró al salón fresca y jovial, con maquillaje ligero, tatuaje de mariposas en las pantorrillas, mechones grises y sonriendo a todo el mundo. Todo empezó con normalidad, nos alejamos en la orilla platicando de cosas banales hasta que, al vernos aislados del resto de los botes me atreví a dejar los remos para tomar su mano y jugar con sus dedos, en señal de correspondencia Laura comenzó a acariciarme los cabellos, el siguiente paso fue atraer su rostro hacia el mío mientras le susurraba tiernamente lo hermosa que era y cuando estábamos a punto de cerrar los ojos para sellar nuestro incipiente amor su cara se descompuso en una mueca de terror y respingando bruscamente se echó para atrás ocasionando que perdiera el equilibrio y cayera pesadamente de espaldas al agua, enseguida traté de ayudarla pero Laura se negó a subir a pesar de mis ruegos y sin dirigirme la palabra se regresó nadando a la orilla; me quedé solo, triste y avergonzado en el bote mientras la veía alejarse, empapada y furiosa, la gente miraba más divertida que apenada y yo no comprendí lo que había pasado hasta que una sensación peculiar e hizo dirigir la mirada a un costado de la  barca donde una gran araña negra permanecía quieta, me pareció recordar entonces un ligero cosquilleo en mis mejillas que atribuí a la proximidad de sus carnosos labios y todo se hizo claro: la muy chismosa se había subido a mi hombro, inoportuna espectadora de lo que iba a ser un largo y acalorado beso, a pesar de situación bochornosa y mi desencanto no pude descargar mi frustración contra la araña y cavilando se me hizo de hecho una reacción desproporcionada, según mi punto de vista Laura no tenía por qué haber caído ni negarse a recibir mi ayuda puesto que no hubo premeditación ni intenciones deshonestas de mi parte, Laura no volvió a dirigirme la palabra ni yo intenté acercarme y con el tiempo me di cuenta que fue lo mejor, lo mío fue un deslumbramiento pasajero que de haberse convertido en relación me habría causado muchos sinsabores, Laura demostró ser vanidosa, caprichosa y obsesiva, una araña más impertinente que la aguafiestas de ese día. 

 Pues bien, decía que aquello me había marcado en el sentido de que ya no podía verlas simplemente como insectos, su providencial aparición en los momentos mencionados me convenció de que eran criaturas tan nobles como cualquier mascota así que empecé a hablarles y tocarles como si se trataran de tortugas o iguanas y para mi sorpresa ellas recibían mi contacto pasivamente e incluso a veces se trepaban a mi mano y levantando acompasadamente sus patas como si realmente entendieran mis intenciones, las veía prácticamente cara a cara y cuando dejé la casa materna para trabajar en otra ciudad no tuvieron impedimento para pasearse libremente en mi departamento, ahí fue donde encontré a Úrsula, una tarántula igual a la que mi madre había chamuscado años atrás, me la topé en el macero que está junto a las escaleras, al verla de alguna manera quise resarcir la impresión que aquella experiencia me había causado y, como si me hubiera estado aguardando, ella trepó tranquilamente cuando le ofrecí mi mano. 

Úrsula era para mí la mascota perfecta: silenciosa, independiente y muy cariñosa: le gustaba que le hiciera cosquillas en el abdomen, moviendo graciosamente sus patas (las seis) como si fuera un gatito, a la hora de la cena husmeaba alrededor de mi plato, se trepaba por mi brazo hasta mi cabeza y descendía por el brazo contrario, al acostarme colocaba encima de la lámpara, en el baño solía pegarse al espejo, al salir siempre la llevaba en el bolsillo de mi chamarra; hasta que un mal día iba yo tranquilamente de regreso a mi casa cuando se me atravesó un tipo apuntándome con su arma, yo levanté los brazos instintivamente y el tipo comenzó a esculcarme, al meter la mano en el bolsillo donde llevaba a Úrsula y la retiró bruscamente  aproveché su sorpresa para desarmarlo y poder huir, en el breve forcejeo Úrsula cayó en alguna parte y no me preocupé por ella hasta que, al llegar a mi casa y quitarme los zapatos vi con horror que mi suela estaba embarrada de lo que alguna vez fue mi pobre Úrsula, qué patético me debí haber visto llorando a moco tendido por una tarántula, pero gracias a ella estaba yo a salvo en mi casa, lo que convertía esa pasta de pelos en la suela de mi zapato en el recuerdo fugaz de una heroína. 

 Tardé un poco en toparme con otra tarántula que aliviara mi nostalgia, Brígida era incluso más traviesa: le gustaba treparse en el techo y dejarse caer cuando yo abría la puerta y al igual que a Úrsula acostumbraba meterla en el bolsillo de mi chamarra, único lugar donde no corría el riesgo de ser aplastada y confiando en que no correría la triste suerte de su congénere, está de más decir que eran muy contadas las chicas que yo solía frecuentar con semejante mascota y solo con una pude convivir gracias a esa aceptación (ella tenía sus manías propias con los escorpiones) y formar nuestra propia familia Adams.  

Ver métrica de este poema
Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos


Comentarios +

Comentarios1

  • JUSTO ALDÚ

    Este relato es cautivador porque logra algo difícil: tomar una experiencia excéntrica y, en apariencia grotesca, y narrarla con tanta naturalidad que el lector termina involucrado, casi simpatizando con las arañas. La estructura avanza como una especie de memorias, desde la infancia marcada por los miedos heredados de los padres hasta la adultez, donde la relación con los arácnidos se convierte en compañía, refugio e incluso protección.

    La fuerza del texto radica en el contraste entre lo cotidiano y lo insólito.
    Ese vaivén entre humor, horror y ternura mantiene el interés constante. Además, hay un trasfondo simbólico: las arañas aparecen como metáfora de lo incomprendido, de aquello que la sociedad teme pero que, al acercarse, revela nobleza y fragilidad.

    Definitivamente es una prosa limpia y seductora. Gracias por traerla para deleitarnos. No me gustan los aracnidos, cambiaré de sueño para hoy. jejeje.

    Saludos.

    • Lourdes Aguilar

      Muchas gracias, me alegra que lo hayas disfrutado



    Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.