Mi Bandera En Tu Corazón

Mi bandera en tu corazón

No me mires altanera —que bien sabes—,
yo soy tu dueño; óyeme sin aplausos:
no lo pregono a la inmensidad, no llamo
a las estrellas a firmar este pacto.

No requiero tobillera judicial:
mi justicia es más severa y secreta.
Un GPS no rastrea lo que late;
yo sé de ti en cada sombra que me dejas.

Te guardo en cosas pequeñas: el roce furtivo
de una taza, la línea que deja tu figura
en la esquina del espejo, ese acento tuyo
que siempre llega tarde, como los trenes que espero.

No es celda lo que ofrezco, es costumbre antigua:
un mapa hecho de silencios, un ruido que te espera.
Si acaso te escapas, respeto la fuga —te juro—;
volverás porque vuelvo a ser yo el camino.

Te amarro con palabras —no son hilos, son hierro—,
y aun así te doy el aire: respiro y te lo devuelvo.
Soy dueño de tus costumbres, no de tus escapadas;
dueño, sí, de esa forma tuya de romper el alba.

Ríes, y me recuerdas que el poder también es juego:
me arrebatas el cetro con un guiño y yo me lo permito.
No te encadeno: invento rituales donde tú mandas,
y me dejo someter por la ceremonia de tu risa.

Si algún día deseas libertad, te fabrico el pasaje
con billete de mentira y destino de regreso.
Porque lo mío no es cárcel sino un hábito fiel:
ser el lugar donde vuelves aunque no quieras.

No me mires altanera; ya lo sabes, soy tu dueño.
Pero guarda: en el bolsillo de mi orgullo
vive un ladrón que, a la hora buena, te roba un verso
y te lo deja en la almohada —la noche por testigo.