Seis caras

J.P. Vázquez

 

«El mundo es un mar de contradicción» escribo mientras evoco tantas cosas dentro de las seis caras. Adentro sólo simbolismo, adentro lo inefable por el ajeno, adentro lo figurado para el agente presente, adentro chispas y esencia única, adentro sólo el que escribe acompañado de lo insondable e indubitable, la neta subjetividad. No olvidemos los sentires del sintiente, incontables; las voluntades del volitivo y los valores del valorativo. Todo del escritor o escribidor… no sé… pero algo es en un mundo de algos y seré mientras alguien dicte que sea algo, no importa si sólo soy yo y las seis caras: la primera de ellas es, ahora, la que observa la cara de alguien. Dictamen alquímico, área de creación, área de producción, a veces área del autómata, aunque también el área de las ideas materializadas…; la segunda cara es especial, ¡si vieras cuántas veces ha querido pasar eternidades ahí!, algunos dirán que es el limitante al mundo de los choques incesantes, otros dirán que es la extensión del rizoma terrenal bajo el término de cultura. Pasaba páginas esperando cautivarme, esperando digerir con amor las tantas letras y la consistencia de éstas. Es la cara de la resistencia a lo útil, porque el valor abre sus alas para abrazar un espíritu con tantas ganas de sentir y pasar sobre las hojas los dedos, como cuando sientes la arena, recogiendo la belleza de las palabras y explotar la imaginación en un mundo de instantaneidad. Quiero vivir el proceso, qué ganas de que este escrito no acabe nunca. Al lado de la selección de plenitudes hechas papel está la segunda pasión del inquilino de las caras, sólo diré que en ese momento creo cierta la teoría sobre la representación humana en forma de mimesis de aspectos del mundo, porque escucharla es algo, pero tocarla es impregnación y ganas de vibrar con sus frecuencias en el aire. Esta segunda cara es especial porque ahí están las dos cosas que más se ama. Con el detalle de que, entre los supuestos adornos, esté una plasmación trascendental, la pupila mira la otra pupila en forma de mándala, y a veces la meditación sólo se vuelve propia y las reglas generales carecen, están fuera de las seis caras…; la tercera y cuarta cara tienen lo suyo: al prender la lámpara puedo continuar con la aventura que tenía en la mesilla, me da placer mirar el lugar en donde está el separador, pero después caigo en el deseo de que no termine si es que la elección fue la indicada. En el lecho pueden pasar tantas cosas, pero cuando sólo hay uno queda pensar en una desconexión de aquello que está afuera, como si las dos caras antes mencionadas fueran, de cierto modo, un tipo de raíz que conecta con el gran árbol. Veo el techo, veo la pantalla, siento culpa de no hacer nada, siento placer de no hacer nada, siento todo y a la vez no quiero sentir nada ahí. En lo irónico puedes encontrar reflexiones curiosas, menos mal trata uno de ser pueril en impresiones y no deja de lado la reflexión al mirar a un punto indeterminado. A veces ahí germinan ideas inesperadas, a veces la quinta cara me mira sin ninguna expresión, nada más que blanco y reflejos de luz de la lámpara de la tercera cara. Ahí cierro los ojos, ahí los abro después…; ¿y la sexta y quinta?, protección y sendero, corona y base de las seis caras. Aquí es donde creo que en una de ellas −no sé en cuál− hay indicios de ese mar de contradicciones entrando, a ratos me hace dudar de lo que hago, a ratos hay culpa y pena de por medio, ¿pero por qué sentir culpa o pena?, ¿por pensar que lo que escribo ahora no es más que exceso de figuras y oscuridad en mi palabra?, ¿por pensar demasiado en las cosas que hago y no tener ni un fragmento de me puede no importar? Culpo tantas cosas, esas cosas son las culpas mías, me culpan a mi porque cuando culpo no es más que a espejos. Las seis caras son las únicas que no juzgan, son las que generan propios silogismos, son las que generan conmigo la nueva congruencia, afortunada o desafortunadamente la mía, ni cómo explicarles. A veces quiero ser directo y no darle vueltas al asunto, pero en esta cara sólo hago flujo de conciencia y si tú crees poder controlar en su totalidad a la tuya puedo conjeturar que eres un iluso. Da pena saber que hay ojos sólo para el que ve, viéndose en la otredad, además de ordenar un caos, que, aunque esté ordenado, sigue siendo caos. En la primera cara paso el umbral sabiendo que a veces necesito un poco de impresión, un poco de sensación animal y un poquito de amor para dar o recibir. Adentro pensé en no pensar en el premio o consecuencia sino hacer por hacer, vaya idealismo, parece que tiene más sentido cuando estoy siendo visto por las caras, pero si crees que la humanidad se ha terminado, yo al salir veo que no… igualmente regresaré a la nada cuando termine la tarea afuera; en la nada sano, en la nada estoy acostado, placer me da no hacer nada −más cuando se aprende a aburrirse hoy día− y quedará nada cuando lo transitorio se lleve al inquilino. Vaya efimeridad… espero que aún queden seis caras para aquellos que son apasionados del ensimismamiento y sirvan como vigilantes de un crecimiento de ser elevado. Agradezco tanto por tener, las seis caras están de acuerdo en no ser indiferentes al exterior, porque no es una burbuja en la que estoy ahora, a veces debo mojarme con el mar de contradicción y mirar al ajeno dejando riendas sueltas al razonamiento crítico. Cierro el umbral y de nuevo en la bella repetición.

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