Hay mujeres cosidas al escaparate,
con etiquetas que cuelgan como medallas,
andamios de seda que sostienen orgullos ajenos,
pasos que parecen desfile de monedas antiguas,
una cadencia que negocia las miradas.
Se perfuman de aplausos y retoques,
sus sonrisas vienen en serie, pulidas, sin arrugas de verdad;
sus manos conocen la factura de lo visible,
el ritual de embellecer la superficie hasta el engaño.
No cocinan historias, modelan apariencias;
no dejan huella en la almohada, dejan impresiones en espejos.
Creen que el amor se compra a la usura del cuerpo:
un préstamo de besos por temporada,
una hipoteca de deseo que vence con la moda.
Amar para ellas es economía: medir, evaluar, consumir.
En sus labios hay glosas venenosas, un latín de orgullo,
caprichos que rotan como monedas en el borde de una copa.
Son bellas como estatuas que no conocen la noche,
infieles por oficio, frías por costumbre,
y en su boca llevan la sentencia que desarma.
Frente a esa manufactura de encanto existe otra forma:
la que vive con las manos llenas de barro,
con el delantal manchado de pan y canción,
la que no aprende a vender su reflejo ni a negociar su risa.
No es espectacular; es una geometría humilde: rostro que sabe de lunas menguantes,
pecho que soporta inviernos y cosechas sin fanfarrias.
Su belleza es un pulso subterráneo, casi inaudible,
una usina de ternura que no pide permiso para latir.
Tiene costuras hechas a mano: arrugas que son mapas, risas que son abrigo.
No ansía multitudes; su eternidad es el murmullo secreto que florece en lo invisible.
Ella ama como quien guarda semillas: despacio, con paciencia,
sabe que lo verdadero no se exhibe en escaparates sino que se alimenta.
No exige coronas, no colecciona adulaciones; ofrece resistencia suave:
un abrazo que reconstituye al que llega roto, una mirada que reconoce.
Y sin embargo —oh, paradoja— la máquina de los aplausos gira más rápido.
La flor domesticada obtiene vitrinas, la flor abierta en la tierra queda invisible.
Los hombres aplauden los escaparates, compran el brillo y se van;
ignoran la raíz que sostiene la casa, la mano que en la noche no se rinde.
Así la sencilla queda como un rumor en la plaza, como el olor de la cocina olvidado,
mientras la otra pasea su gracia y siembra cortes en cuerpos que la desean.
No es un reproche, es una radiografía:
el mundo ha aprendido a confundir la lujuria con la lealtad,
a trocar el resplandor vacío por la fidelidad del pan compartido.
Quien busca solamente la vitrina se queda sin abrigo cuando la moda pasa,
mientras la que dio abrigo conserva un calor que no caduca.
Al final, la vanidosa lleva en los labios un veneno elegante:
capricho, orgullo, infidelidad moldeada, egoísmo que huye cuando la noche pesa.
Tiene ojos de vidrio y manos que no saben sostener el temblor humano.
Y la humilde, la de la cocina y la canción, se disuelve en el olvido de los otros,
pero guarda en su pecho el calor de lo que nunca fue espectáculo.
Que quien lea aprenda a mirar con otra medida:
que el brillo pasajero no confunda la balanza del amor,
que la ternura —esa moneda sin escaparate— sea la que pese al final.
.
ππͺπΏπ♥οΈ © 2025
-
Autor:
ππΆππβ€οΈ (SeudΓ³nimo) (
Offline)
- Publicado: 21 de septiembre de 2025 a las 02:46
- Comentario del autor sobre el poema: ReflexiΓ³n sobre La anatomΓa de lo amado Este poema nace de la necesidad de contrastar dos rostros del amor: el artificial y el sincero. La belleza que se compra con vitrinas, modas y apariencias puede atraer miradas, pero se desvanece con el tiempo. En cambio, la sencillez, la humildad y la ternura βaunque muchas veces pasen inadvertidasβ son las que sostienen los afectos verdaderos. Es un recordatorio de que el amor que florece en lo invisible, en lo cotidiano y en lo humano, es el ΓΊnico que permanece cuando las luces y los aplausos se apagan.
- CategorΓa: Sin clasificar
- Lecturas: 10
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez, Antonio Pais, Lualpri, Martha patricia B
Comentarios2
Gracias por compartir tus letras, pequeΓ±a.
Lo mejor para ti.
Luis.
Muchas gracias π por siempre compartir conmigo esto... Bendiciones ππ»
Copiado el mensaje, que manera tan bella de evidenciar, a veces lo obvio. A veces las mujeres nos perdemos en la anatomΓa de lo que amamos. Sbracitos
Hola Martha que bueno que hayas encontrado una chispa en este poema con amor... πΉ
Bendiciones ππ»
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. RegΓstrate aquΓ o si ya estΓ‘s registrad@, logueate aquΓ.