Et l’histoire se répète

MIGUEL CARLOS VILLAR

Et l’histoire se répète

 


La historia se repite.

Ejemplos hay a mansalva, pero yo voy a escoger uno, y —a sabiendas— no me lo pongo fácil: lo sitúo en los tiempos de Ramsés II.
Este Ramsés, que hasta puesto de perfil era feo, decidió, para seguir la tradición de sus antecesores, construir su piramidita.

Hago aquí un paréntesis para aclarar que, en aquellos tiempos, la mano de obra en Egipto era escasa. Pues bien, su empeño era terminar la obra antes de entregar su cuerpo a Anubis, y para ello echó mano de una remesa de israelitas que, ilegalmente, se habían acomodado en las riberas del Nilo.

Esclavizados y jodidos, amontonaban, de sol a sol, las piedras traídas desde Asuán, hasta llegar a la cúspide. El Ramsés de marras, contento al saber que ya podía morirse cuando le pareciera bien a Anubis, hizo dos cosas a la vez: inauguró su pirámide y expulsó a los israelitas de Egipto.

Los puso de perfil y los echó al desierto, al otro lado del entonces no proyectado canal de Suez.
Los israelitas, acostumbrados durante su estancia en las riberas del Nilo a alimentarse de los productos que cultivaban en sus huertos, se vieron, de la noche a la mañana, en un desierto que lo único que les ofrecía era arena y más arena.

—¡¿Qué hacer, Dios mío?!
A uno de ellos le vino a la memoria el nombre de Moisés y Aarón, y, apelando a la influencia que estos dos señores tenían en las "alturas", les rogó que intervinieran para evitar la hambruna que se avecinaba.

Los libros que siglos después se escribieron —entre ellos el Éxodo (Ex 16, 2-4.12-15)— no dejan claro cuál de los dos elevó su petición o ruego al Señor de las Alturas.
Este, sin pensarlo un momento y apiadándose de la miseria que desde su trono contemplaba, ordenó a las nubes que abrieran las compuertas del cielo.

Dicho y hecho: las compuertas se abrieron, dejando caer perdices confitadas, pollos asados y muchas otras delicias.
Con los estómagos repletos, durmieron satisfechos, agradeciéndole a su dios que hubiera escuchado sus súplicas.

Cuál sería su sorpresa al levantarse al día siguiente y ver, sobre las arenas del desierto, una especie de escarcha comestible que, sorprendidos, llamaron maná o man-hu (traducido al castellano: man-hu = "¿qué es esto?").

Cuarenta años se pasaron comiendo escarcha en el desierto hasta llegar a la Tierra Prometida.

La historia se repite, aunque con otros personajes.

Al parecer, la Tierra Prometida, actualmente, es únicamente la prometida por un dios que se autoproclama Único y Verdadero, como si los otros, que también ya vivían en esa tierra, no tuvieran dios alguno.
Estos sin dios son los que hoy son expulsados a desiertos donde la escarcha divina se ha evaporado, y se ha convertido en polvorienta realidad: Arena y más arena.

En Egipto eran obligados a construir pirámides; hoy son obligados a abandonar las moradas, construidas por ellos mismos.

 

Et… l’histoire se répète.

 

 

 

 

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