I.
Varsovia se balancea, péndulo de aire sin cuerpo,
y cuelga, sin aliento, del cuello de las estrellas,
vestidas de un rumor de rayas.
El mar, villano en la desnudez de un vientre azul,
traga el viento con la boca de un fantasma.
En el pellejo de un cielo sin nombre,
el aire se disuelve, con un hambre de metal.
II.
Un sol de hojalata se esparce, se pudre,
sobre los zapatos que olvidaron el suelo,
mientras las nubes beben, con la avidez de la tierra,
la lluvia que sangra de mis manos.
El verano ha resbalado de las ramas,
y en su lugar, el otoño
es una costra de hoja seca que se adhiere a la piel.
III.
En la barraca donde la muerte respira,
los rezos son silbidos de insectos,
el coro de almas sin boca
que se eleva y se deshace en el aire.
IV.
El viaje a Auschzwitz duró los quince días de una eternidad,
el temblor de un párpado o de un grito sin labio.
He caminado en la ceguera de la noche,
con los pies de un niño, de un anciano, de una mujer,
pies de nieve, de piedra y de lodo.
V.
La noche blanca nos llovió en el alma,
como un rocío de ceniza helada,
y el aire lloró nuestros cuerpos,
horneados, deshechos en la nada.
VI.
Mi nombre se ha disuelto
en la sangre que se escurre
sobre el filo de la zanja,
cuando la tarde, con la lengua roja y turbia,
viene a lamer el eco del último aliento.
m.c.d.r
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Autor:
m.c.d.r (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 20 de septiembre de 2025 a las 03:08
- Categoría: Triste
- Lecturas: 9
- Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z., Antonio Pais
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