Querido futuro: ¿existes?

Son las cuatro de la mañana y no quiero volver a dormir.

Cada vez que cierro los ojos escucho voces que me recuerdan lo poco que valgo, que me repiten el asco que soy.

Y lo creo. Porque, al final, no soy nada.

Lloro todo el tiempo.

Me escondo detrás de una máscara de inseguridad.

Vivo atada al pasado.

Soy invisible, incluso para mí.

Todos hablan, se ríen, siguen con sus vidas.

Y yo sigo aquí, como si no existiera.

Sola, aunque haya gente alrededor.

Como si nadie pudiera escuchar lo que siento de verdad.

Ya no quiero. Ya no puedo.

El futuro se ve tan lejano, y yo estoy tan cansada, que a veces dudo si llegaré.

A veces, incluso, quiero rendirme.

Quiero escapar de mi mente.

Quiero escapar de mí.
Quiero escapar.

Todo duele:

duele vivir,

duele existir,

duele extrañarte,

duele fingir.

Dueles.

Duelo.

Cada vez me cuesta más sonreír cuando por dentro ya perdí, no solo la guerra, también la batalla.

Me cuesta ser feliz.

Me cuesta vivir.

Me cuesta existir.

Camino con miedo.

Respiro con miedo.

Lloro con miedo.

Vivo con miedo.

Quiero volver al pasado.

Quiero ser la que era antes.

Siento que el mundo gira y yo me quedo atrapada en el mismo lugar.

Soy prisionera del pasado

Todos estarían mejor sin mí.

Ya no tendrían que cargar conmigo.

Soy una carga.

Podría ser una carga menos.

Soy un desastre.

Un terrible desastre.

Y aun así…

me levanto.

Me sacudo el miedo.

Rompo las cadenas.

Soy mi propio bello desastre.

Ya no seré la marioneta.

Seré la titiritera.

Tomo los hilos.

Los corto.

Los lanzo al aire.

Óiganme rugir.

Prefiero vivir con miedo que morir por él.

Soy posible.

Seré posible.

Todo duele.

Todo sangra.

Todo pesa.

Y aún así… camino.

Aún así… existo.

Futuro,

¿existes?