LA CASA CAÍDA
La casa de mis abuelos no ha muerto.
Se ha inclinado, sí,
como una abuela cansada que aún recuerda
el nombre de cada nieto,
el olor del maíz recién molido,
el calor de la ceniza en la cocina.
Una de sus paredes aún sostiene el tejado
como si no quisiera dejarlo ir,
como si supiera que arriba,
las estrellas la miraban dormirse cada noche.
El adobe, agrietado,
guarda el aliento de quienes la hicieron con sus manos,
barro con sangre,
paja con historia,
sol con sudor.
Cruzo la entrada caída
y todo cruje,
como si me hablara con voz de polvo:
“Aquí fuiste feliz sin saberlo”.
Las gallinas ya no corren por el patio,
pero las huellas están.
Las ollas ya no hierven en el fogón,
pero el humo aún vive entre las grietas.
La casa no cayó del todo.
Se recogió sobre sí misma,
como quien reza en voz baja,
esperando que alguien —como yo—
vuelva para escucharla.
Porque la casa tiene alma.
Porque la casa fue cuerpo.
Porque las casas de los abuelos no se derrumban:
se siembran en nosotros
y florecen cada vez
que el recuerdo nos duele bonito.
© Corazón Bardo
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Autor:
CORAZÓN BARDO (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 18 de septiembre de 2025 a las 07:30
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 4
- Usuarios favoritos de este poema: Jaime Alberto Garzón Barrios, Antonio Pais
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