Corazón Llameante

Camino entre sombras que se alargan como recuerdos, y cada paso es un desafío que mide la fuerza de mi espíritu, el amor no es un suspiro dulce; es un filo que corta, un faro que quema y un río que arrastra, pero que siempre te devuelve a ti mismo. Cada demonio que cae ante mi hoja es un reflejo de lo que fui, de lo que podría haber sido, de las heridas que el tiempo y la distancia han dejado en aquellos que amo. El amor verdadero no es comodidad; es lealtad en la noche más oscura, es abrazo a pesar del dolor, es sostener la luz aunque todo arda a tu alrededor.

Mi familia me enseñó que incluso en la pérdida, la memoria puede ser un refugio y un motor. Cada sonrisa que resguardo, cada lágrima que he secado, es un recordatorio de que amar es también resistencia, es elegir la vida cuando todo parece desmoronarse.

El camino me ha forjado como el agua forja la piedra: paciente, implacable y moldeable. Cada duelo, cada miedo enfrentado, cada instante de duda es una lección sobre lo que significa ser humano, aunque en mí habite un corazón de acero. El amor se revela en los gestos pequeños: la mano que aprieta la mía, la mirada que entiende antes de hablar, el sacrificio silencioso de quien se queda para proteger, aunque nadie lo reconozca. Es un fuego que no quema en vano; ilumina, purifica y da fuerza para seguir.

Y cuando la noche parece eterna, cuando la desesperanza me rodea como niebla, siento que mi amor no es solo por los que caminan a mi lado, sino por todos los que algún día serán guiados por mi hoja, por mi memoria, por mi corazón. Amar es luchar, y luchar es amar en su forma más pura: con todo, incluso cuando todo parece perdido.

Porque en la travesía de la vida, como en la de un cazador de demonios, amar es siempre un acto de filosofía, una decisión consciente de sostener la luz, de no ceder al odio ni al miedo, y de construir sentido en medio de la oscuridad.