Romancillo I: "¡Habemus Papam!"

Suena la campana

más pesada y lenta

de lo que acostumbraba

su buena voz vieja.

Con pesados golpes

anuncia la nueva,

la que en triste pompa

al pesar espera.

En platino cielo

acuden las penas,

las hace llorar

con fúnebre seña;

dejan caer al suelo

lágrimas que ciegan

a todos los vivos:

deja nuestra vera

nuestro buen amigo,

que enviado en la tierra

era del Altísimo,

su voz consejera.

¡Francisco, argentino,

de tu sangre vega

la puerta le abrió

a tu humilde tierra

de divinos lares,

las altas esferas,

por ser servidor

de toda clientela

de amor y de gozo,

donde tanto esmeran

tiernas enseñanzas

cual pariente muestra

lección a sus hijos.

Aquel que quisiera

volver con el Padre

en la tierra escena,

regresar al templo

y de gran manera,

el ser bienvenido,

dejó en par las verjas

do hállase el rebaño

del pastor que deja

ahora descansando.

Y a nuevas ovejas

se presenta: guía

suya en las veredas

en cualquier camino,

por que no se pierdan.

Y aunque, pues, reunido

con el centro y diestra,

los santos, María;

que es señora nuestra,

mandan desfruncir

del cielo las cejas

grises y pesadas,

densas y funestas,

de nuevo cantando

en piadosa fiesta

alegres campanas:

— He aquí, la buena nueva —

desde aquel balcón

vaticano expresan:

ya: — ¡Habemus Papam!

Y la gente, excelsa,

sus almas inflaman

de fervor, y llevan

miles de plegarias,

respetos, dilemas,

en fogata blanca

de la chimenea

llegan una a una

a dispuesta oreja

de Nuestro Señor:

se acaba la espera,

córrese cortina

y con ansia deja

abrir la ventana,

donde el afable muestra

de sacra morada

al papa que llega

nuevo: León augusto

iza nueva vela,

y lleva al cristiano

por misma ribera.

Caben en tu nave

de todas fronteras

todos seguidores

fervorosos. Rezan,

por volver la paz

que calma la guerra.

Sea, pues, pastor,

actor de esta empresa

por la humanidad,

dejando tu huella

por reinar la paz

que brilla cual vela.