En la línea de tu frente, marcada por el tiempo,
se entretejen las historias de un ayer lejano.
Viejita… cómo pasa el tiempo, como un parpadeo;
ya tus manos, tan frágiles, testigos de un camino largo,
y tus pasos, más lentos, como huellas en la arena.
Te miro:
y te sientas en aquel rincón, como cada mañana,
como en un remanso divino.
Los surcos de tu rostro me hablan de una vida llena,
de memorias guardadas en el cofre de tu mente.
Cabellos blancos…
Me diste tanto en mis días de inocencia y ventura,
cuando yo era apenas un niño y tú, mi guardiana,
me cubrías del frío incesante, con ternura.
Acurrucado en tus faldas, con panes secos,
saciabas mi hambre ruin; y aunque era poco,
eran manjares que mi alma saboreaba.
En tu regazo, viejita, hallaba la paz en medio del caos,
ese caos de mi mundo infante, áspero y herido,
cuando mamá emprendió el viaje al cielo infinito.
Tu sonrisa era canto, canto de primavera;
mi luz, mi guía, en mis primeros pasos de la vida,
donde todo se deshace, donde todo es efímero.
Ahora, al mirarte, siento el peso de los años en tu figura;
pero tu bondad, tu corazón que ama incondicionalmente,
más allá del tiempo, más allá del estrago,
perdurará… aun cuando llegue el momento del final.
Derechos reservados 13/09/2025
Henry Pumacayo P
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Autor:
Henry Pumacayo (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 13 de septiembre de 2025 a las 08:33
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2
- Usuarios favoritos de este poema: Nelaery
Comentarios1
Es precioso!!!
Me emociona la ternura y el sentimiento que empleas para describir a un ser tan entrañable y lleno de amor!!!
Muchas gracias pir compartirlo, pieta Henry.
Saludos.
Gracias por leer y comentar, estimada Nelaery, un saludo a la distancia..
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