Ra (88)

Brillabas en la oscuridad,
como una esfera pintada con Ra.

Hermosa.
Letal.
Invisiblemente devastadora.

Entre escombros, nuestro amor parecía oculto como el de Elio.
¿Es Italia un lugar de romance,
o es mi corazón fallido el que repele
a todo aquel que intenta entrar?

Esperé en la puerta.
Esperé en la ventana.
Pero nunca mostraste señales de auxilio,
ni siquiera un reflejo humano tras el cristal.

Cuando el teléfono sonó, fue solo un sueño.
Uno quebrado,
como gises usados para contar historias oscuras
en pizarras olvidadas por la infancia.

Mi alma se tornó de café.
Espesa.
Silenciosa.
Llena de posos que nadie quiere beber.

El amor no toca mi puerta.
Y si lo hace, nunca responde.
Solo deja marcas radiactivas.
Como tú.

El cielo azul de la tarde-noche aún me acompaña,
ese mismo que un día envolvió el lago
donde pasamos momentos inciertos.

El agua atrapó los recuerdos.
No míos.
No tuyos.
De nadie.
Solo fantasmas flotando.

Nuestras memorias… nuestras almas…
quizás se enfrentaron a la niebla,
o quizás… solo jugaste conmigo.

Eso creo.
No supe quién eras.
Ni siquiera yo supe quién era.

Mi insinuación confundió tu amabilidad,
¿o fue tu manipulación disfrazada de ternura?
Mi error.

El bombillo parpadea, cada vez más tenue,
como mis ganas de comprender.

Quizás solo usaste una parte de mí.
Una chispa débil para encender tus momentos voraces,
tus impulsos.

Como un demonio que se alimenta de luz.
Como el radio.
Bello.
Luminoso.
Mortal.

Quizás fue mi mente la que jugó en mi contra.

Pero te marchaste.
Y solo me llamaste para contarme
lo bien que te iba,
para hacerme sentir culpable
del juego entre tus palabras
y mis heridas.

Dijiste:
“Maldito.
Despreciable.”

Y me sentí impuro.
Roto.
Olvidado en una esquina
donde la radiación nunca se disipa.

Pero tú…
tú vivirás con el peso de tu engaño.
Recordarás todo.
Cada átomo de culpa brillará en tus huesos
cuando estés en tu nueva vida.