Los pasillos parecían retener un aliento antiguo, pesado, que yo podía sentir en los hombros y en la espalda, cada espacio cubierto de polvo, de objetos abandonados que guardaban un silencio demasiado fuerte para ser ignorado, ventanas que dejaban entrar apenas la luz, paredes que soportaban historias que no tenían boca para contarlas.
Caminaba entre corredores que crujían bajo mis pies, descubriendo restos de vidas que ya no estaban, mesas torcidas, sillas partidas, papeles arrugados, ropa olvidada; todo parecía un mensaje que nadie había logrado descifrar, en ese desorden aprendí a mirar más allá de lo evidente, las marcas en la madera, los reflejos de un vidrio roto, la dirección en que la luz caía, todo era un lenguaje que comenzaba a comprender.
Había objetos que parecían adivinar mis pasos, un banco caído, un cajón abierto, una caja metálica oxidada: al tocarlos, sentía un pulso sutil que atravesaba mi brazo, un aviso sin palabras, una certeza de que estaba exactamente donde debía estar.
Al principio creí que eran coincidencias, pero con cada instante comprendí que no lo eran, no estaba solo, una presencia se movía a mi alrededor, siempre un paso detrás, siempre un roce frío que me recordaba que alguien —o algo— me seguía sin necesidad de mirarme.
Un día, entre los escombros, descubrí un símbolo pintado con trazos precisos, un círculo atravesado por una línea, lo observé largo tiempo, no había sonido, no había explicación, pero lo sentí dentro de mí, no sabía si eran palabras mías o suyas, solo entendí que el descenso continuaba, que cada paso me adentraba en un lenguaje que no podía ignorar.
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Autor:
Rafael Medina (
Offline) - Publicado: 12 de septiembre de 2025 a las 02:06
- Categoría: Gótico
- Lecturas: 9
- Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z.

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